Un problema que no escapa al ámbito laboral

Ante un nuevo proyecto de ley que propone incluir licencias laborales por casos de violencia de género o acoso, dos investigadoras del CONICET analizan cómo los estereotipos y jerarquías propias del sistema patriarcal, se reproducen en el espacio de trabajo e institucional.

Magalí de Diego (Agencia CTyS-UNLaM) - La violencia de género está presente en todos los ámbitos de la vida y el espacio de trabajo no es la excepción. Con esta problemática como principal objetivo, hace dos años la Organización Internacional del Trabajo (OIT) invitó a los gobiernos del mundo a adherir a lo que se conoce como el Convenio 190 (C190), el primer tratado internacional que reconoce el derecho de toda persona a tener un mundo laboral libre de violencia y acoso.

En su momento, Argentina, a través del Ministerio de Trabajo, fue el primer país de América Latina en adoptarlo. Desde hace unas semanas, el C190 volvió a estar en agenda, ya que se empezó a trabajar en un proyecto de ley que contempla, por primera vez, el otorgamiento de licencias para víctimas de violencia de género.

La iniciativa, que será creada en conjunto con el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad, “busca desarrollar aún más las definiciones y caracterizaciones de lo que incluye la violencia laboral y de género”, explica a la Agencia CTyS-UNLaM la doctora Débora D’Antonio, investigadora del CONICET en el Instituto de Investigaciones de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

“Se trata de una violencia naturalizada. Tal vez estamos exentos de la violencia más evidente, la del golpe, el empujón, la paliza y, como más extremo, el asesinato, pero, no por ello, se trata de un problema menos grave. La violencia es un concepto bastante complejo que no se limita a lo físico, aunque sea la concepción más mediatizada, es, también, la más reduccionista. Hay un carácter estructural en este tipo de violencias que se centra en garantizar privilegios y jerarquías para los varones lo que conlleva un fuerte demérito para las mujeres y otras identidades feminizadas”, reflexiona D’Antonio.

Tanto para D’Antonio, como para Florencia Rovetto, investigadora del CONICET y de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), resulta necesaria la tipificación de la violencia laboral y de género para entender cómo se ejerce, cómo se manifiesta, qué medidas se deben tomar para prevenirlas y, en caso de que sucedan, saber cómo abordarlas para intervenir y reparar el daño en quienes la padecen. “Se trata de violencias personales, pero también institucionales. La organización debe garantizar que no se seguirán reproduciendo”, señala Rovetto, investigadora de la UNR en el Centro de Investigaciones feministas y estudios de género (CIFEG).

“Si hay estructuras que permiten o generan condiciones para que se den estas violencias, es porque la institución consiente o genera un clima de tolerancia para con estos agravios. Es necesario un marco legal que las regule. Por ejemplo, hoy en día, muchas de las personas afectadas que necesitan ausentarse de sus trabajos para tomar distancia de su agresor -que, además, muchas veces es un jefe o un superior- necesitan tomarse licencias psiquiátricas, ya que no hay un artículo que contemple estos casos”, indica Rovetto quién, junto con D’Antonio, integran la Comisión Interdisciplinaria del Observatorio de Violencia Laboral y de Género del CONICET.

En este sentido, D’Antonio destaca la trascendencia de esta nueva regulación, ya que “la persona afectada tiene que poder cobrar su salario debidamente y tomarse la licencia con el nombre que corresponde porque, si bien son temas íntimos, requieren visibilidad pública para que se tornen problemas políticos”. A su vez, agrega: “si el motivo queda recluido, y una tiene que decir que no va a trabajar porque está estresada o porque pidió una licencia psiquiátrica, se deslegitima lo sucedido y estigmatiza a las personas”.

“Este sistema -continúa Rovetto- tiene una aceptación y un poder hegemónico tan grande que apenas necesita de la violencia física para sostenerse. Todas las otras formas de violencia son las que lo sostienen en la práctica, en los discursos e incluso en la forma de organización laboral que es, claramente, una división sexual del trabajo. Así, las mujeres nos solemos desempeñar en áreas que tengan que ver con el cuidado y no en áreas que tengan poder de decisión. En el mundo laboral también se reproducen los estereotipos y jerarquías patriarcales”.

La ciencia y la educación, dos ámbitos en los que también se hace presente

En el ámbito científico y académico, explican las investigadoras, existen ciertos prejuicios en torno a la violencia de género. “En el imaginario social, los hombres de educación y ciencia son liberales, críticos de sí mismos, compañeros, bien pensantes y para nada violentos. Lo cierto es que esto es un mito y, en estos espacios, cuesta mucho mostrar la existencia de las violencias, exponerlas, porque las miradas están sesgadas”, señala D’Antonio.

“Las inequidades fruto del sistema patriarcal -continúa la investigadora de la UBA-, están a la orden del día. Por ejemplo, las mujeres somos mayoría en las matrículas universitarias y en las bases e ingresos de las carreras científicas, pero, en las articulaciones que se van dando en el progreso y trayectoria laboral, se acotan las posibilidades de ascender a puestos de toma de decisión y jerarquía. Es lo que se conoce como el efecto tijera”.

Rovetto destaca: “En estos rubros se instaló la idea de que siempre se trata de instituciones objetivas, ecuánimes y con un fuerte perfil de género, pero lo cierto es que no dejan de tener lógicas de funcionamiento patriarcales, jerárquicas y androcéntricas que están construidas desde una mirada masculina”.

Para la investigadora, un claro ejemplo se da en las ciencias exactas, naturales y agrarias. “Sectores como estos son los que presentan más resistencia y que han sido menos hospitalarios para con las mujeres. Si no cambiamos estos estereotipos, si no les damos oportunidades de crecimiento, difícilmente se podrá revertir este escenario. Por ejemplo, hay una línea de trabajo que busca fomentar las vocaciones científicas en niñas o identidades no heteronormadas”, subraya Rovetto.

D’Antonio plantea que, incluso habiendo logrado la paridad, el trabajo está incompleto. “Si en una comisión evaluadora hay un 50 por ciento de mujeres y un 50 por ciento de varones, pero no se generan instrumentos que permitan torcer las desigualdades preexistentes, será difícil revertir esas lógicas patriarcales”, señala la doctora en Historia.

“En CONICET -ejemplifica la investigadora-, estamos trabajando cuestiones vinculadas a la evaluación a la que todos los investigadores y becarios nos sometemos constantemente. Necesitamos contemplar las trayectorias que tienen caminos diferentes y que, quizás, han estado atravesadas por los años de la maternidad, las tareas de cuidado u otras cuestiones que producen retrasos en los caminos académicos. Estas situaciones también sostienen prácticas desiguales y no pueden ir en detrimento de un posible ascenso en la carrera científica o en de la posibilidad de publicar en una mejor revista”.