Un Shakespeare con acento porteño

Un investigador del CONICET tradujo poemas y sonetos del célebre dramaturgo inglés. Los últimos, dos veces: al castellano literario culto y a la variedad rioplatense. Los desafíos de trabajar con el inglés antiguo y el papel del traductor en la cultura literaria, bajo la mirada de un experto.

Nicolás Camargo Lescano (Agencia CTyS- UNLaM)- “Ser o no ser, esa es la cuestión”, dirá Hamlet, de una vez y para toda la eternidad. Pero, ¿realmente dijo eso? ¿O más bien fue un “To be or not to be, that is the question”? La cuestión, al menos en literatura extranjera, parece definirse en una figura clave que muchas veces pasa desapercibida pero cuyo rol es esencial. ¿O acaso sería posible leer a tantos autores sin la figura del traductor?

“Traducir demanda una tarea de investigación, de sensibilidad, de irse acercando despacio a los textos para extraer su sustancia”, destaca Miguel Ángel Montezanti,  para dejar en claro cuál es la importancia de su tarea.

Investigador del CONICET, Doctor en Letras y Traductor Público Inglés por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), Montezanti tradujo poemas y sonetos de William Shakespeare, tal vez la faceta menos conocida del célebre dramaturgo inglés. Primero a un español castellano y luego a un español más “porteño”, los versos están allí, listos para una nueva generación de lectores.

Cuando lee obras de Shakespeare, ¿lee traducciones u originales?

Generalmente me gusta leer los originales. Eso sí, cuando hay pasajes más escabrosos, más difíciles o que a mí me resultan más atractivos me gusta ver cómo han “peleado” con esos textos otros traductores. No hay que olvidar que hay una inmensa tradición de traductores en España pero también en Argentina, por lo que tenemos para elegir. Lo que tendríamos que hacer es leer distintos traductores, para acercarnos más a los autores.

¿Cómo era el inglés utilizado por Shakespeare en sus textos?

Claramente tiene giros, sintaxis y vocabulario de un inglés más complicado que el actual. Incluso, a un hablante nativo del inglés, que no está acostumbrado a esta forma de escribir, le costaría, tal como nos puede costar a nosotros leer al Quijote. Traducir demanda una tarea de investigación, de sensibilidad, de irse acercando espaciosamente a los textos para extraer su sustancia.

Usted tradujo sus poemas, una faceta no tan conocida de este autor inglés…

Claro. Su producción tiene dos grandes ramas: la más conocida es el teatro, pero también fue un escritor que cultivó otros géneros como el lírico. Escribía sonetos y pequeños relatos hechos en verso. Es posible que Shakespeare los haya cultivado con carácter preferencial, ya que la actividad del teatro no era del todo bien vista en su tiempo. En cambio, es posible que estos poemas le hayan proporcionado dinero a través del mecenazgo de parte de la nobleza. De hecho, eran prácticas a las que acudían Miguel de Cervantes o Lope de Vega en el ámbito español. La explicación tradicional es que como se habían cerrado los teatros a causa de la peste, se puso a escribir estos poemas. A mí me gusta más pensar que él reconocía en estas formas poéticas una elevación, una hondura y una nobleza para lo cual se sentía muy preparado.

¿Cómo fue ese proceso de traducción?

Yo traduje esos sonetos hace más de 30 años a un patrón de verso castellano que sigue el esquema de la rima de los originales. Pero, más recientemente, en el 2011, volví a traducirlos, pero a una vertiente que podríamos llamar “castellano rioplatense” o “castellano porteño”. Es algo experimental: se cambia el “tú” por el “vos” y la acentuación de los verbos -caminas por caminás-. Junto con eso incluyo expresiones más o menos coloquiales, como “hacer la vista gorda”,  “dormirse en los laureles” o “no pegar un ojo”. No pretendo caer en el lunfardo ni tampoco en el lenguaje gauchesco, sino un lenguaje coloquial que se utiliza cuando entramos en confianza.

¿Trabaja con otros textos de la época a la hora de traducir?

En la segunda traducción de estos 154 sonetos, que era un poco más audaz, no lo hice porque he trabajado durante tantos años que me siento como familiarizado con ellos. En la primera traducción sí, necesitaba notas explicativas. Lo que no hice fue consultar otras traducciones en verso, porque tenía miedo de dejarme contaminar por ellas. De todos modos, la investigación sobre estos textos no cesa, de manera tal que constantemente aparecen nuevos trabajos que develan el significado religioso, sexual o político de un término que para nosotros sería poco menos que intrascendente y que, tal vez, cambia la lectura de la pieza por completo.

Esta concepción de no leer otras traducciones para no contaminarse da la idea de la traducción como una mezcla de ciencia y arte…

Es que la traducción es un capítulo en la cultura sumamente trabajoso. También es corrientemente despreciado porque no nos ponemos a pensar que nosotros empezamos a transitar la literatura en una Caperucita roja o Blancanieves que son traducciones. No somos grandes lectores de literatura española, de jóvenes nos gustaba más la literatura inglesa, la francesa, la norteamericana. Salvo las personas que pueden leerlo en su idioma original, siempre estamos leyendo a los autores rusos o italianos por medio de traducciones. El traductor es realmente un mediador, un partero, que nos saca a la luz.

Miguel Ángel Montezanti es investigador independiente del CONICET en el Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (IdIHCS, CONICET–UNLP). Es Doctor en Letras, Profesor en Lengua y Literatura Inglesa y Traductor Público Inglés por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).