Maristella Svampa: “Es necesario dar una batalla cultural"

La socióloga advierte sobre una “nueva diáspora” a partir del actual contexto de “ajuste, recesión y unilateralidad del trabajo científico” y lamenta el triunfo de “una visión instrumental y positivista", en la que la ciencia y el CONICET son entendidos como "unidades de servicio” para empresas.

Carolina Vespasiano (Agencia CTyS-UNLaM) – El 2017 se presenta como un año bisagra para la Ciencia y la Tecnología. Con un presupuesto inferior al ejecutado en años anteriores y un conflicto entre investigadores y el CONICET sin solución definitiva, el escenario abre un interrogante sobre el futuro del sector y de sus actores involucrados.

En diálogo con Agencia CTyS-UNLaM, la Doctora en Sociología, recientemente galardonada con el Premio Konex de Platino, Maristella Svampa, cuestiona el rumbo de la política científica argentina e invita a repensar los vínculos entre ciencia, empresas, Estado y sociedad.

-¿Qué lectura tiene sobre las últimas decisiones políticas en materia de ciencia?
Creo que la estrategia de achicamiento del CONICET está efectivamente en sintonía con lo que sucede en otras áreas encaradas por el gobierno, que no cumplen con la promesa original que había hecho Lino Barañao al permanecer en el puesto del ministerio. En ese sentido, el gobierno no hace más que consolidar esos núcleos ligados a una visión instrumental y positivista, cercana al neoliberalismo, en la que la ciencia y el CONICET son entendidos como unidades de servicio en relación a las empresas. Es así que no me extraña que hayan ampliado los temas estratégicos tan directamente vinculados a esta visión utilitaria de lo que se entiende por “relación con la sociedad”.

-¿Qué rupturas y continuidades observa respecto de la gestión anterior?
En la gestión anterior coexistían dos líneas diferenciadas. Por un lado, una visión más instrumental, positivista y hegemónica de la ciencia y, por otro lado, una imagen —si se quiere— más amplia y plural de las ciencias, con lo cual, este recorte no es una suerte de rayo en un día de sol, sino que sintetiza la elección de una de estas dos líneas como la única y dominante. Se afianza así una visión unidimensional de la ciencia, algo que se puede ver con claridad a la hora de abordar las problemáticas ambientales. Durante los años precedentes, hubo una política de ingreso amplia, una imagen más plural de la ciencia y un horizonte también amplio a futuro. Pero, no nos olvidemos que, si bien fue una época creativa y de mucha consolidación de la ciencia argentina, durante el mismo periodo se promovió una mirada positivista de la ciencia. Es decir, se eligió a Lino Barañao como ministro de Ciencia y Tecnología porque es él quien representaba dicha visión hegemónica de la ciencia, ligada estrechamente a las corporaciones.

-¿Por qué prevalece esta línea de pensamiento en las gestiones?
Vivimos en un mundo en el cual dominan las grandes corporaciones que, en alianza con los diferentes gobiernos, han penetrado en el sistema científico, académico y tecnológico de todo el mundo. Esto también ha sucedido en Argentina porque, más allá de la pluralidad de voces, no es posible ocultar que ha existido un persistente intento de colonización del discurso público donde sólo se considera científico lo que es afín y funcional a los modelos dominantes. Y esto pasó cuando efectivamente se cuestionó el modelo sojero, el modelo de la mega minería o la técnica de la fractura hidráulica. Pero sin duda, sucede de modo recurrente cada vez que los resultados de una investigación ponen de relieve la insustentabilidad y los impactos sobre la salud del modelo sojero. Yo creo que allí donde hay una colisión del conocimiento crítico con la visión dominante se busca descalificar a los científicos que realizan un trabajo crítico. En esto hay una enorme continuidad.

-¿Qué ocurre con el vínculo entre el sector científico y la sociedad?
Tradicionalmente, ha habido un consenso acerca de que la ciencia es algo más que un sector ligado a la creación de empleos, que la utilidad de la ciencia está ligada a la necesidad de conocer la sociedad en la cual vivimos, sus problemáticas, incluso, desde una perspectiva amplia, ligar esto a una perspectiva de bienestar, de cuidado de las personas y de los territorios en el mediano y el largo plazo. En ese sentido, la universidad pública y el CONICET son ámbitos que tienen un rol fundamental en la producción de saber y en la discusión de estos temas, que son grandes debates societales. Sin embargo, la visión instrumental de la ciencia —hoy en día, dominante— invisibiliza el carácter problemático de estas cuestiones societales, queriendo imponer una sola visión utilitaria del problema.

-¿Cómo se percibe esta tensión en el ámbito científico cuando se habla de Ciencias Sociales y Exactas?
La discriminación entre ciencias “blandas” y “duras” encarna toda una valoración positiva para las ciencias exactas y naturales, y una negativa de considerar legítimas para las ciencias sociales. El CONICET siempre ha sido un lugar muy plural, y allí hemos tenido mucha discusión a la hora de consensuar criterios para la evaluación. Siempre se ha dado una tensión con aquellos que provienen de la ciencias exactas que buscan imponer los criterios asociados a las ciencias naturales para evaluar a las ciencias sociales. Y, en general, en ese diálogo, la gente que viene de las ciencias exactas y naturales termina por comprender que hay una lógica diferente que rige a las ciencias sociales, pero es un trabajo arduo de socialización. Un camino de Sísifo.

-¿Cómo evalúa la distinción que hace el gobierno entre las ciencias básicas y las aplicadas?
Sin desarrollos en ciencia básica, no hay posibilidad de ciencia aplicada. Me temo que esto vaya a generar una nueva diáspora de científicos, a los cuales se les van a ofrecer otras vías, otras posibilidades, como ya ha sucedido en otras épocas con científicos argentinos, que han terminado trabajando en universidades estadounidenses o europeas. En ese sentido, en la gestión anterior se había consolidado la idea de que había que trabajar acá y se habían pergeñado proyectos ambiciosos como Arsat y otros, que hoy me parecen lejos de poder desarrollarse en este contexto de ajuste, de recesión y de unilateralidad del trabajo científico.

-¿Cómo cree usted que la sociedad percibe a la ciencia?
Creo que ha habido una visibilidad mayor de lo que han sido los logros científicos, en relación a las llamadas ciencias duras o experimentales. No obstante, respecto de las ciencias sociales y humanas, hay un mayor desconocimiento acerca de cuáles son sus aportes. En este contexto, soy partidaria de de hacer más intervenciones públicas y promover más debates. Eso sucedió, por ejemplo, a la hora de discutir diferentes proyectos parlamentarios, como la ley nacional de glaciares hasta la ley de matrimonio igualitario y de diversidad sexual, por dar tres ejemplos resonantes. Muchas veces, la gente que proviene de las ciencias humanas tiene una fuerte tendencia a la endogamia, a producir solamente papers de los cuales la sociedad desconoce cuál sería el aporte. En definitiva, hay que promover una discusión, y eso implica hacer un esfuerzo por socializar los conocimientos.

-¿Cómo se retoma el vínculo entre ciencia y sociedad, por fuera de la visión utilitaria que usted señala?
Es necesario dar una batalla cultural para ampliar la concepción de la ciencia y para problematizar la idea misma del debate. Nunca hay una respuesta única a un problema. Entre este presente y la batalla cultural, también están las luchas sociales. En esa línea, considero que ha habido un empoderamiento importante en los últimos años, desde 2001 en adelante, que hoy se ve en las calles, y esas líneas de acumulación no están solamente en las organizaciones sociales, sino también en el campo científico argentino.