Infancias trans: cuando en la escucha se encuentra el derecho

La investigadora del CONICET y la UNMDP, Cecilia Rustoyburu, recorre las tensiones entre derechos, criterios médicos y afectos en torno a los cuerpos en transición. Una revisión sobre lo que pasa cuando las leyes no alcanzan, pero el acompañamiento familiar y de otros actores sí puede hacer la diferencia.

Magalí de Diego (Agencia CTyS-UNLaM) - La escena se repite en múltiples consultorios, centros de salud y hogares del país. Una infancia trans se anima a hablar y alguien -una médica, un docente, una madre- duda. No de su palabra, sino de qué hacer. ¿Hay que intervenir? ¿Esperar? ¿Informar a los adultos a cargo? ¿Respetar el deseo? ¿Y si después se arrepiente? En esa maraña de preguntas, la respuesta que propone la investigadora Cecilia Rustoyburu es sencilla y, al mismo tiempo, compleja: escuchar.

Rustoyburu es investigadora del CONICET y dirige el grupo “Familia, género y subjetividades” en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Estudió Historia, luego hizo un doctorado en Ciencias Sociales en la UBA y desde hace años investiga la medicalización de la infancia y las disputas en torno a los cuerpos, las hormonas y la identidad. En los últimos años su mirada se centró en una pregunta urgente: ¿cómo acceden las infancias trans a la salud? “Escuchar no es solo oír: es confiar, dar lugar y respetar los tiempos”, afirma.

Una historia en capas

Todo empezó con las hormonas. En sus primeros trabajos, Rustoyburu investigó cómo la medicina intervenía en los cuerpos infantiles: bloqueos de la pubertad, tratamientos para estimularla, diagnósticos de obesidad, entre otros escenarios. Pero le empezó a llamar la atención el lugar que ocupaban las hormonas como tecnología y como símbolo. Así fue como se encontró con un tema sensible, complejo y en disputa sobre los bloqueadores hormonales utilizados por algunas infancias y adolescencias trans para frenar los cambios físicos con los que no se identifican.

“Las hormonas condensan muchas tensiones: lo biológico, lo social, lo identitario. Por eso, los bloqueadores hormonales son más que un tratamiento, son una forma de intervenir en cómo se entiende la infancia y el género”, apunta Rustoyburu.

En 2018 impulsó un proyecto conjunto entre las facultades de Medicina y Humanidades de la UNMdP para estudiar los procesos de hormonización corporal. Entrevistaron a profesionales de la salud, activistas y personas trans. Más tarde, junto a colegas de otras tres universidades (UNPAZ, UNICEN, UBA) y 19 organizaciones, impulsaron una encuesta federal sobre salud trans. Esa investigación, que contó con casi 1200 entrevistas, reveló una foto diversa y desigual del acceso a derechos.

Fotos: Archivo de la Memoria Trans

Lo que dicen los datos

Los resultados muestran un cambio: las nuevas generaciones de personas trans enfrentan menos expulsión del hogar. Solo el 10 por ciento de quienes tienen entre 16 y 19 años fueron echadas de su casa, frente al 31 por ciento de quienes tienen entre 20 y 24, y el 27 por ciento entre los 25 y 29 años. “El acompañamiento familiar hace una diferencia enorme”, remarca la investigadora y agrega: “quienes no fueron expulsades tienen mejores niveles educativos, menos incidencia en el trabajo sexual y más acceso a profesionales de la salud en sus procesos de modificación corporal”.

En el mismo sentido, el 78 por ciento de las personas encuestadas accedieron a acompañamiento profesional durante su primera hormonización. Entre las masculinidades trans, ese porcentaje trepa al 94 por ciento y, entre las feminidades trans, al 62 por ciento. En adolescentes de 16 a 19 años el acompañamiento alcanza al 86.

Sin embargo, las brechas persisten. Entre las feminidades trans menores de 24 años, el 74 por ciento reportó haber transitado el trabajo sexual o la prostitución. Pero con las masculinidades ese porcentaje baja al 14. Ellos, además, presentan mayores niveles educativos y mejor inserción laboral. El género también estructura las desigualdades al interior del colectivo.

Infancias trans: entre derechos y criterios médicos

La Ley de Identidad de Género de 2012, junto con el Código Civil reformado y la Ley de Protección de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, establecen que las personas adolescentes desde los 16 años tienen autonomía plena para decidir sobre intervenciones en su cuerpo. Pero el papel resiste menos que la praxis.

Fotos: Archivo de la Memoria Trans


“Muchos profesionales siguen privilegiando su criterio médico por sobre lo que establece la ley”, explica Rustoyburu. Por ejemplo, consideran que los tratamientos hormonales deben comenzar después de los 18 años, cuando legalmente podrían hacerlo antes. “Es un campo atravesado por la tensión entre la perspectiva biomédica y la de derechos. Y muchas veces el consentimiento informado no resuelve ese choque”, subraya la científica del CONICET.

Según Rustoyburu, hay especialidades más permeables que otras. “Les médicxs generalistas con formación en género tienden a priorizar la voz de la persona usuaria. Pero en áreas como endocrinología o ginecología todavía prima una mirada más paternalista. A veces, incluso invocando la perspectiva de derechos, se terminan tomando decisiones sin escuchar del todo a las infancias. La escucha real implica respetar tiempos, deseos, pero también aceptar que hay incertidumbres”, sostiene.

Consultorios que abren puertas

Cerca de su casa en Mar del Plata, la investigadora comenta que hay dos consultorios públicos inclusivos: uno municipal y otro en el hospital interzonal. Surgieron por la articulación con organizaciones LGBT+ y hoy funcionan como puerta de entrada al sistema de salud para muchas personas trans, sobre todo mujeres migrantes o en situación de vulnerabilidad.

“En estos espacios saben que no las van a maltratar”, afirma la experta. En otras localidades y provincias, hay experiencias similares que no solo ofrecen atención directa, sino que actúan como facilitadores para acceder a otras especialidades: endocrinología, psicología, cirugías, trámites administrativos. “Lo ideal -plantea- sería que todo el sistema de salud fuera inclusivo, pero mientras eso no pase, estos consultorios cumplen un rol clave”.

Más allá del binarismo

Rustoyburu insiste en que el desafío no es solo garantizar acceso, sino repensar los marcos desde los que se ofrece atención. Problematizar el cisexismo -la idea de que solo es normal identificarse con el género asignado al nacer- es clave para avanzar. También lo es no forzar identidades ni transiciones.

“Escuchar a las infancias trans no es llevarlas al consultorio porque cambiaron de ropa o pidieron que las nombren de otra forma. Es respetar sus tiempos. Acompañar lo que quieran hacer, no lo que el mundo adulto cree que deben hacer”, explica. Por eso, propone una mirada más allá del binarismo trans-cis, más allá del cuerpo como campo de intervención. Una salud que no patologice ni normalice, sino que acoja.

La escena inicial podría repetirse: una infancia trans pregunta qué puede hacer con su cuerpo. Pero esta vez, del otro lado, no hay respuestas rápidas. Hay silencio, hay escucha. Hay alguien que dice: “Contame qué querés vos”. Y en esa escucha, empieza el derecho.