“Clementina”, el símbolo de la cumbre y el ocaso de la ciencia

A 50 años de la puesta en marcha de la primera computadora científica en Argentina, Agencia CTyS realiza un recorrido por el período científico en el que surge “Clementina” y su proceso de desmantelamiento luego de la nefasta “Noche de los Bastones Largos”.

Agencia CTyS (Leandro Lacoa)- Una sombra trágica recorría los muros de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA. Esa noche fría del 29 de julio de 1966, el cuerpo de Infantería de la Policía Federal recibía la orden de ingresar al Pabellón I de Ciudad Universitaria y reprimir sin reparos a los estudiantes que tomaban el edificio en defensa de las premisas fundamentales de la Reforma Universitaria de 1918, como la autonomía universitaria y la libertad de cátedra.

El régimen militar de Juan Carlos Onganía, que derrocó al gobierno constitucional de Arturo Illia, ponía fin a un período de institucionalización y modernización de la ciencia en Argentina, que por primera vez planteaba un debate sobre la política científica en el seno de las universidades.

“El debate general en la década del 60 se basó en cómo podía contribuir la ciencia al desarrollo del país”,  explicó Sandra Sauro, doctora en Historia de la Ciencia del Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani" de la UBA, quien además distingue en esa época una corriente “cientificista”, relacionada con una ciencia adaptada a los estándares internacionales, y otra vinculada a las investigaciones aplicadas en la sociedad local.

En ese contexto, “Clementina”, la primera computadora científica, se encontraba en pleno uso en el Instituto de Cálculo de la Facultad de Exactas y Naturales (FCEyN) de la UBA, fundado y dirigido por Manuel Sadosky.

El enorme equipo había sido comprado a principios de 1960 a la empresa inglesa Ferranti a un precio de 425 mil pesos, una cifra exorbitante que se consiguió con la colaboración del entonces creado CONICET, que presidía Bernardo Houssay. Finalmente, llegó al puerto de Buenos Aires el 24 de noviembre de 1960 y se puso en funcionamiento unos meses después, el 15 de mayo de 1961, hace 50 años.

Sin embargo, la computadora no tendría más de una década de vida, porque desaparecería en 1971, años después de la decisión de Onganía de reprimir al movimiento de docentes y estudiantes en la UBA, lo que significó el comienzo de una política que desterró la posibilidad de seguir avanzando con la consolidación del sistema científico y académico.

Antes y después del abismo

Para el régimen militar había un fuerte contenido “simbólico” en el desarrollo de la investigación científica en el seno de las instituciones académicas, porque los pedidos de autonomía atentaban contra su modelo político de control del “enemigo interno”. “La Noche de los Bastones Largos se puede considerar como el primer ataque de gran magnitud contra la Universidad”, sostuvo Hilda Agostino, directora de la Junta de Estudios Históricos de la Universidad Nacional de La Matanza.

En su libro “Una gloria silenciosa”, el historiador de la ciencia Miguel de Asúa destaca que entre 1955 y el 29 de julio de 1966, se manifestó “un clima político desarrollista” que buscaba abordar la investigación en su contacto con el sector industrial.

Asúa aclara que este periodo de la ciencia en Argentina dio lugar a algunas de las premisas fundamentales de la Reforma Universitarias de 1918 que nunca llegaron a cumplirse, como la dedicación exclusiva a la investigación, la departamentalización de las universidades y la configuración de grupos de profesionales altamente calificados en instituciones internacionales.

Manuel Sadosky, Bernardo Houssay y Eduardo Braun Menéndez fueron algunos de los representantes más activos de la corriente modernizadora de la ciencia. Sin embargo, no era la única postura existente en ese escenario, porque un grupo de investigadores liderados por Jorge Sábato, Oscar Varsavsky y Amílcar Herrera desarrollaron el “Pensamiento Latinoamericano” de la ciencia, una corriente crítica del cientificismo tradicional que pugnaba por investigaciones vinculadas a la práctica social.

“La cuestión central en aquel momento no era cómo se investiga sino qué se hacía y para quién, y el CONICET intentó resolver el problema de que la investigación pueda ser subvencionada por el Estado como una actividad full-time para los científicos y así se logró un avance, pero no resolvió otra discusión: hasta qué punto la ciencia iba a resolver los problemas del país”, planteó la investigadora de la UBA, Sandra Sauro.

Ese interés por la investigación dentro y fuera de las universidades, por la responsabilidad social del científico y la política científica en general tuvo un final trágico en manos de las Fuerzas Armadas que intervenían en la vida institucional de Argentina.

Onganía dio la orden de reprimir dentro de la FCEyN de la UBA, misión que estuvo a cargo de la Infantería de la Policía Federal, que, con sus bastones largos, hirieron y apresaron a estudiantes y docentes.

Según Miguel de Asúa, luego del 29 de julio de 1966 se generó una “diáspora” de investigadores y docentes, debido a la política de desmantelamiento de la ciencia que se comenzó a aplicar con el régimen militar de Onganía y se potenciaría aún más con la última dictadura entre 1976 y 1983.

La “Noche de los Bastones Largos” provocó la renuncia de 1.380 investigadores, de los cuales el 70% pertenecía a la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, quienes además debieron exiliarse por la persecución del régimen de facto. Todo el equipamiento adquirido en los departamentos e institutos de la UBA quedó a merced del poder dictatorial, que desmanteló íntegramente el sistema que se había consolidado durante una década.

“Clementina” sufrió los embates del abandono. Esa computadora, que fue una de las tres primeras del mundo y pionera en Latinoamérica, pasó a la posteridad como un símbolo del progreso de la ciencia, pero también su fugaz existencia reflejó la intervención de las fuerzas represivas en las universidades y la interrupción del desarrollo científico en la Argentina.