Científicos ocultistas, espiritistas y fantasmas

Una investigadora de la UBA analiza los imaginarios científicos que circulaban a fines del siglo XIX y su influencia en la literatura fantástica. La defensa y tolerancia de fenómenos paranormales por parte de los científicos y el rol de la prensa en los procesos de divulgación.

Nicolás Camargo Lescano (Agencia CTyS-UNLaM)- El panorama a fines del siglo XIX daba para todos los gustos. Por un lado, científicos que gozaban de enorme prestigio pero que no dudaban en defender al espiritismo y otras corrientes hoy consideradas pseudocientíficas. Por el otro, escritores que se inspiraban en la ciencia de su época para sus relatos de literatura fantástica. Y en el medio, diarios y revistas que se hacían eco de aquellas corrientes y llenaban sus páginas de química y de física pero también de telepatía y fantasmas.

Todo este universo es parte del objeto de estudio de Soledad Quereilhac, doctora en Letras e investigadora del CONICET. En Cuando la ciencia despertaba fantasías (Siglo XXI Editores, 2016), la académica desmenuza y pone bajo la lupa los imaginarios científicos de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX (1875-1910), que permitían que bajo la concepción de ciencia entraran desde los rayos x y la electricidad hasta fenómenos parapsicológicos y apariciones.

¿Qué rol ocupaba la ciencia en la prensa de aquel período?

Los periódicos publicaban muchas novedades sobre la ciencia, ocupaba un lugar muy importante en los medios. No digo que hoy no sea así, pero nuestro sistema de medios es mucho más complejo. En ese período la cantidad de medios era mucho menor –sólo existían los periódicos- y la cantidad de lectores, también. Y la literatura es un buen testimonio de esa época, especialmente la literatura fantástica. Hasta Adolfo Bioy Casares, ya en pleno siglo XX, recupera el imaginario científico del siglo XIX. Cuando Bioy Casares escribe fantasías científicas no está pensando en su ciencia contemporánea, está pensando en pases magnéticos, en máquinas que capturan espíritus de los vivos…es decir, está pensando en una ciencia del pasado, en donde se producía un maridaje con lo espiritual que a mí me llama tanto la atención.

La diferenciación entre ciencia y pseudociencia no estaba tan clara, en aquel período…

Claro, había grandes polémicas y mucha discusión. En cierta zona de la comunidad científica había superposiciones. Está el caso de William Crookes, físico y químico inglés muy prestigioso y a la vez espiritista. O Alfred Wallace, naturalista que llega a conclusiones muy parecidas a las de Charles Darwin con respecto a la evolución y que era espiritista. Y si bien tanto Darwin como Wallace eran prestigiosos profesores de la Sociedad Real de Londres, a éste último le jugó en contra, entre otras cuestiones, que se pasó mucho tiempo defendiendo a espiritistas en juicios. Por otro lado, se considera que el espiritismo moderno comienza en 1848, con la supuesta aparición de un espíritu. Y esta es una historia que recupera, entre otros, Arthur Conan Doyle –autor de Sherlock Holmes-, quien tenía sus cuentos donde se mezclaba la ciencia y el espiritismo pero que a su vez era médico. Lo interesante de todo esto es que la prensa cae en una heterogeneidad fascinante, porque se reseña desde la llegada de la electricidad o el fonógrafo a las ciudades hasta la telepatía y las ondas que emitía la mente. Y todo formaba parte de lo que se consideraba científico.

¿Qué particularidades tienen los autores que pertenecen a este sub género de la fantasía científica? ¿Qué diferencias hay con la ciencia ficción?

Yo soy muy historicista a la hora de leer la literatura. Creo que los géneros no son categorías fijas, sino que se transforman con los avatares de la historia. No es lo mismo la literatura de fantasía científica en el siglo XIX que en el siglo XX, sobre todo porque tampoco la ciencia es la misma. La primera dialoga con una ciencia más especulativa, que tolera superposiciones con ideas espirituales o con lo paranormal. La literatura del siglo XX, en cambio, tiene otra forma de incorporar a la ciencia, más acorde con los descubrimientos contemporáneos. Edgar Poe, por ejemplo, escribió muchas ficciones científicas y nadie diría que escribió ciencia ficción. Igual que Julio Verne. Lo importante, en todo caso, es poder distinguir las operaciones textuales y el imaginario con que se manejan.

¿Con Horacio Quiroga o Leopoldo Lugones, por ejemplo, cuáles serían esas operaciones?

Lugones tiene muy presente la idea de ciencia con mayúsculas, que es la ciencia de la teosofía. Es un área que incluye a la ciencia positivista pero también otros saberes espirituales, como las teorías cosmogónicas, los mitos, los relatos del origen, etc. Está convencido de que la ciencia occidental es limitada y que la teosofía es un saber total. Entonces, en sus cuentos, presenta a un científico ocultista que tiene toda la formación dura de la academia pero que se anima a estudiar lo paranormal y hace que la ciencia occidental quede maniatada frente a la espectacularidad de las fuerzas cósmicas. Quiroga, por su parte, está siempre en sintonía con lo que publican los periódicos, es un muy buen interpretador de la vulgarización de la ciencia en los medios. Lo que hace es tomar esos temas que circulan y potenciar sus posibilidades. Tanto Quiroga como Lugones, y también Eduardo Holmberg, tienen en común que todos llevan al extremo superposiciones que ven en el orden de lo real, pero ellos la potencian. En lugar de dejarte con la duda, todos explican el fenómeno y racionalizan la experiencia.

Como el caso de El almohadón de plumas

Es paradigmático. No contento con contar una situación de la frialdad del matrimonio y la muerte de la esposa, en un ambiente medio gótico, al hablarnos de esos puntitos de sangre en la cama ya entendimos que había algún tipo de bicho. Pero se incluye la aclaración: “…estos parásitos de las aves que habitan en los almohadones de plumas suelen gustar de la sangre humana…”. Entonces, el que está leyendo puede estar sentado en un almohadón de plumas y siente que esa fantasía salta a la realidad. Es la explicación de los hechos lo que sorprende, porque hay tantos hechos sorprendentes, tantas dudas en el afuera textual, que no hay nada más fantástico que afirmar la realidad del fantasma o del vampiro. Por eso digo que el mejor ejemplo es Nelly, de Holmberg, porque a la aparición de un fantasma se le agrega la colocación de un termómetro, que mide ocho grados. Es decir, allí hay un fantasma “real”, y eso no desencanta. Acorde a la mirada de época, por supuesto.

¿Te hubiera gustado vivir en esa época?

¡Hubiese amado vivir en esa época! Me fascina ese período. Me costaría un poco vivir sin mucha luz ni agua caliente, pero me hubiese encantado tener  trato con esos científicos que sentían que estaban haciendo ciencia para la humanidad. Hay una visión bastante más positiva en términos sociales de la ciencia de esa época, previo al negocio y a las experimentaciones que produjeron cosas como la bomba de Hiroshima.

Soledad Quereilhac es doctora en Letras e Investigadora del Conicet. Es docente de Problemas de Literatura Argentina en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y miembro del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” . Desde 2002, colabora como crítica literaria en el diario La Nación. Es miembro del comité editor de la revista cultural Las Ranas. Artes, ensayo, traducción y subeditora de literatura argentina y latinoamericana en la colección “Clásica” de la editorial Colihue. Dirige un proyecto de jóvenes investigadores sobre literatura y prensa en la Argentina (1870-1940), y ha publicado artículos sobre las relaciones entre literatura, divulgación científica y ocultismos finiseculares.