“A diferencia del kirchnerismo, la relación que Perón tuvo con los intelectuales fue más conflictiva”

En su libro “Intelectuales y Peronismo, 1945-1955”, editado recientemente, la investigadora del CONICET, analiza la relación de ese movimiento político y la intelectualidad. Aunque asegura que “el peronismo democratizó el acceso a la cultura”, en comparación con el presente, señala una diferencia: “El kirchnerismo les ha dado más voz”.

¿Cómo surge el interés en estudiar la relación de la intelectualidad y el peronismo?
Llego al tema por una historia familiar que tiene que ver con el antiperonismo. Una de las anécdotas familiares que mi mamá siempre contaba era que su abuela, directora de una escuela durante el peronismo, se negó a donar medio día de su sueldo para las exequias de Evita y, entonces, la jubilaron de oficio. Venía de esta historia, veía que esas imágenes habían calado muy hondo en la sociedad y quise revisarlas sin prejuicios.

Hay pocos trabajos acerca de esta temática….
Hay “fotos” de determinados grupos, yo intenté hacer una “panorámica”.  Creo que la mayoría de los estudios han estado teñidos de este antiperonismo. Mi percepción es que el libro enoja a peronistas y antiperonistas por igual. Intenté hacer una mirada equilibrada y abrir la puerta para estudiar la intelectualidad que sí adhirió al peronismo.

¿Cómo se caracterizan estos dos grupos de intelectuales, respecto de su conformación?
La intelectualidad peronista estaba conformada por el nacionalismo, que no era un grupo para nada homogéneo, ni siquiera en términos ideológicos. Había un nacionalismo más de derecha y otro más “popular”. Todos encuentran en Perón algo que estaban buscando. Son muy pocos los intelectuales que vienen de otras “familias” ideológicas que expresan adhesión al peronismo. El antiperonismo aglutina a todos aquellos que, ya desde los años treinta, tenían temor de la difusión del fascismo y observan que el peronismo es una forma de fascismo local. Lo que los une es el rechazo visceral por Perón.

¿El derrocamiento de Perón afectó negativamente a esa intelectualidad?
Del antiperonismo nunca surgió un proyecto político. Muy rápidamente, una vez que Perón es desalojado del poder, las diferencias literarias y estéticas, que habían quedado soslayadas en pos de la oposición, vuelven a aflorar y se rompe el consenso antiperonista. Si uno tiene como horizonte que los intelectuales deberían estar unidos, sí, los afectó negativamente. De a poco, las figuras que fueron claves para articular el antiperonismo intelectual van perdiendo legitimidad y empieza a emerger el modelo de intelectual de los años sesenta, que tiene un compromiso con la política y con lo social.

¿Qué papel jugaron en ese contexto las revistas de la intelectualidad?
Las revistas fueron el órgano natural de los intelectuales para expresarse. Fue el lugar donde se produjo el debate intelectual durante la etapa peronista. Como muchos intelectuales se habían ido de la universidad, el lugar de discusión eran estas revistas. José Luis Romero decía que la revista Imago Mundi, una revista muy importante pero de corta duración, fue la universidad en la sombra. Yo diría que todas estas revistas fueron la universidad en la sombra. Estos profesores, catedráticos, etc., que se fueron de la universidad con la llegada de Perón debatieron en estas revistas.

De cierta forma conviven dos posiciones: una apolítica, que se toma para afuera del grupo, y una muy clara posición política, antiperonista, que los aglutina….
Este grupo sostiene que el intelectual debe defender los grandes valores de la civilización, la libertad y la cultura, que era algo apolítico, y que el peronismo atentaba contra esto. Lo que sostenían era que estos valores eran universales y que el intelectual no tiene que involucrarse en la gestión política. Es un modelo que en los sesenta se va a modificar completamente. Obviamente es una ambigüedad que, por un lado, digan que el intelectual debe ser apolítico y que no debe involucrarse en la coyuntura de la política pero, por el otro lado, sí debe estar alerta para defender los grandes valores de la civilización y la cultura cuando esta coyuntura política los pone en riesgo. Es una contradicción.

El peronismo también tuvo contradicciones: abogó por una cultura popular pero pretendió transmitir la cultura “civilizada” al público general…
El peronismo abrevó en misiones tradicionales de la cultura. Hizo una división muy tajante de lo que era cultura popular y alta cultura. El proyecto de la subsecretaría de Cultura que arma el peronismo consistía en masificar el acceso pero es muy claro que se trataba del acceso a dispositivos de la alta cultura. Los antiperonistas leyeron esto como una vulgarización y no como una democratización de la cultura. Esto hizo que se construyeran mitos como “Alpargatas sí, libros no” que no tenía que ver con la política cultural del peronismo, que apoyó la circulación de los libros y triplicó las partidas para la comisión de bibliotecas populares. Esto no parece ser una política contra la civilización y la cultura. Pero fue leída como una vulgarización.

¿También lo tomaron como un método de control por parte del Estado? Teniendo en cuenta que se trataba de un sector que hasta ese momento se había autorregulado…
Obviamente fue leído de esa manera. Los antiperonistas tenían razones concretas para pensar que eso era un intento de controlar la cultura. Hubo iniciativas que, si bien tendían a mejorar las condiciones económicas de la vida intelectual, generando contratos más claros, con lo que fue el estatuto del trabajador intelectual, había ciertas reglas ambiguas. Por ejemplo, los libros que iban a ser beneficiados con estas nuevas regulaciones eran aquellos que no ofendieran ni la moral ni la patria. Entonces, uno se pregunta quién iba a determinar eso. Lo que trato de mostrar en el libro es que había una temporalidad muy clara, una cosa fue la primera presidencia de Perón y otra muy diferente fue la segunda presidencia, en la que los gestos conciliadores se van extinguiendo y va aumentando la censura y el control.

¿Y por qué se da esta diferencia entre ambas presidencias?
Por  motivos económicos, la muerte de Eva y el cambio de gente que rodea a Perón. Y, una vez afianzado en el poder ya no necesita generar tanto consenso o conciliación con otros sectores. Y, en el caso concreto de la cultura, los antiperonistas persistieron en una posición de no concederle nada a Perón y esto genera que se redoble la apuesta y se hagan las cosas unilateralmente. Hay dos iniciativas que lo ilustran muy bien: una es la Junta Nacional de Intelectuales, donde el peronismo convoca a toda la intelectualidad pero se generan problemas y finalmente, la intelectualidad antiperonista se niega y se retira del proyecto. Y la otra, es la intervención de las academias que el peronismo hace en el ‘52, por decreto del gobierno. Hay un pasaje muy claro entre una iniciativa en la que se convoca para escuchar y otra donde, literalmente, se cambia el modo de gestión de las academias.

¿Qué balance se puede hacer de las políticas culturales de los dos gobiernos de Perón?
Hay que diferenciar entre los “consumidores” y los “productores” culturales, en palabras propias del peronismo. Respecto a los consumidores, el público en general, fue muy importante porque el peronismo democratizó el acceso a la cultura. Tuvo un impacto concreto, aunque es imposible de medir. Pero es cierto que determinadas actividades artísticas tuvieron un auge bastante notable, como el teatro vocacional, la difusión de obras de teatro y, también, fue muy importante el hecho de llevar actos culturales a pueblos del interior. En ese sentido, tuvo un impacto que podría decirse positivo. En cuanto a los productores culturales, a los intelectuales, el peronismo no tuvo demasiado impacto porque no hubo iniciativas nuevas. Por el contrario, los intelectuales lo vivieron como un momento difícil, en parte, porque pierden su lugar dentro de la universidad.

La diferencia de prestigio que tuvieron los intelectuales de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y de la Asociación de Escritores Argentinos (ADEA), influyó en la duración y el poder de ambas organizaciones…
Tiene que ver con la falta de figuras de renombre en la ADEA, con la falta de capacidad de aprovechar la cercanía al peronismo. La SADE congrega a los intelectuales de mayor prestigio pero no consigue recursos del Estado. Por otro lado, en esta lógica de peronización de los espacios, la ADEA hace que muchas de las figuras de renombre se retiren, porque comienza siendo una organización apolítica de intelectuales que comparten cierta simpatía por el gobierno y, unos años después, festeja el día de la lealtad peronista. Esto le parece demasiado a algunas figuras y dejan la asociación. Y hace que se diluya el poder simbólico y la presencia pública de estas figuras.

Para las asociaciones vinculadas al peronismo, en este sentido, fueron muy importantes los intelectuales de FORJA…
Sí. Ellos ya tenían una tradición, órganos de difusión, eran conocidos. Una hipótesis que propongo es que ellos se plantearon, como programa, configurar una ideología para el peronismo, darle cierto contenido ideológico.

Aunque luego muchos de ellos terminan peleándose con Perón, como en el caso de Jauretche…
Si, pero es como una pelea en silencio. Su participación “institucional” fracasó. Los intelectuales que tienen desacuerdos con Perón, lo expresan en silencio, no se producen rupturas importantes en voz alta. No hay cismas. Scalabrini Ortiz tiene apreciaciones de que fue silenciado por el peronismo y argumenta que Perón no quería figuras que le hicieran sombra, pero el mismo Perón acepta, años después, que tiene una deuda ideológica con estos intelectuales.

Frases como “Alpargatas sí, libros no” muestran el poder de la intelectualidad para imprimir imágenes en el inconsciente colectivo, ¿Dónde radica ese poder? Pareciera que los gobiernos necesitan de la intelectualidad para llegar a la gente…
Son los que tienen acceso a los medios de comunicación, son los que escriben, son los que, en general, están al frente de las industrias culturales que, de algún modo, son órganos de difusión. Raymond Williams dice que la historia intelectual debería dar cuenta de estas figuras intermedias, “productores culturales”, que están instaladas en burocracias o corporaciones mediáticas que en las definiciones más clásicas de intelectual no entrarían pero que son los responsables de la reproducción cultural. Y esas son las figuras importantes en la instalación de sentidos. La importancia radica en que son quienes acceden a las industrias culturales.

¿Cree que hoy el kirchnerismo puede instalar ciertas políticas culturales por tener el consenso de la intelectualidad?
Sí, es probable que eso haya colaborado. Igual creo que la relación entre la intelectualidad y el kirchnerismo, si nos referimos a aquellos que adhieren, es distinta a la relación que Perón tuvo con los intelectuales que adhirieron al peronismo. El kirchnerismo les ha dado más voz. La relación que tuvo Perón con los intelectuales fue más distante y conflictiva. El fracaso de ciertas políticas culturales durante la etapa peronista no sólo radica en esta oposición sino en una mezcla de razones, cierta torpeza o desconocimiento de cómo se maneja el mundo intelectual y cultural. El kirchnerismo, aunque repite algunas cuestiones, les ha dado más espacio que el propio peronismo.

Parecieran repetirse escenarios respecto de los cambios en la intelectualidad, pasan de ser apolíticos a ser abiertamente político-partidarios…
Lo que se vuelve a dar es un núcleo muy marcado entre los que apoyan y los que están del lado de la oposición. En algunos sentidos, lo que los intelectuales apoyan es la política social del kirchnerismo pero no veo que haya un apoyo a la política cultural. En el CONICET sí ha habido una política de gobierno, de apoyo, de apertura, que se dio en los últimos años. Hay figuras públicamente anti-kirchneristas que están en el CONICET y que participan abiertamente en el debate público como opositores al kirchnerismo. Pero la situación es distinta.

Empezó la investigación por imágenes del peronismo que había heredado de su familia. Una vez que terminó la investigación, ¿esas imágenes cambiaron?
Buscando en los expedientes de la subsecretaría de Cultura di con los sumarios hechos en la etapa peronista. Revisando los datos descubrí que hubo una explosión de sumarios y que muchos se iniciaban por acusaciones de un colega o de un padre. Lo que observé es que el gobierno investigaba esas cuestiones pero que no siempre castigaba a aquellos que habían sido acusados. Y lo que se medía en esos casos era si el maestro tenía prestigio, si era querido. Lo que sí generó el peronismo fue una gran conflictividad. El peronismo dividía familias, vecinos, colegas. Y esta explosión de sumarios tenía que ver con la conflictividad de la emergencia del peronismo en el nivel más micro de la sociedad. Entonces, de cierto modo, pienso que mi bisabuela pudo haber sido denunciada por un colega y que decidieron jubilarla por la edad que tenía y sacarse el problema de encima. Lamentablemente, no encontré el sumario pero pude darle un marco y contextualizarla. Uno de los mitos que se han tejido sobre el peronismo es que había una gran vigilancia y control sobre la sociedad. La vigilancia venía desde abajo, el que te denunciaba era tu vecino, el que te tenía al lado. Muchas veces, esto era una válvula de escape de conflictos anteriores.

Entrevista realizada por María Laura Guevara

*Flavia Fiorucci es doctora en historia por la Universidad de Londres, investigadora del CONICET e integrante del Grupo de Historia Intelectual de la Universidad de Quilmes.