Dinosaurios y tiburones coexistían en un paisaje de mar, playa y pocas palmeras

Un grupo interdisciplinario del CONICET reveló que el paisaje mendocino era muy distinto al actual a fines del Cretácico. El clima era mucho más cálido y había un ingreso marino desde el Océano Atlántico que permitía la coexistencia de tiburones y dinosaurios.

Emanuel Pujol (Agencia CTyS). La formaciones montañosas también eran distintas y el sur de Mendoza estaba al nivel del mar, por lo que los procesos erosivos fueron cubriendo su superficie, hasta sepultarla a miles de metros de profundidad.

Así, los rastros de las plantas, ingresos marinos y ríos quedaron resguardados en las rocas durante millones de años, hasta que un equipo de paleontólogos, palinólogos y sedimentólogos del CONICET se acometió reconstruir cómo era el paisaje en el que vivieron los últimos dinosaurios.

El doctor Bernardo González Riga dirigió la campaña paleontológica, que incluyó el hallazgo de restos de tiburones que vivían en un mar poco profundo que ingresaba desde el Océano Atlántico, cubría gran parte de la Patagonia, y llegaba hasta la zona donde hoy se encuentra el sur de Mendoza, como así también el descubrimiento de huellas de titanosaurios, al noroeste de la ciudad de Malargüe.

A partir de las huellas de titanosaurios, González Riga estimó con alta precisión a qué velocidad caminaban estos dinosaurios herbívoros de gran porte, en tanto que cedió el análisis de los fósiles de tiburones al especialista en peces Alberto Luis Cione, del Museo de La Plata, quien aseguró a la Agencia CTyS que pertenecen a un momento “anterior y próximo a la extinción masiva”.

En tanto, la paleontóloga Mercedes Prámparo reconstruyó cómo era la vegetación, los árboles y flores de aquel entonces, a partir del análisis del polen encontrado en las rocas que estaban marcadas por las huellas de los titanosaurios. Asimismo, pudo reconocer hasta dónde llegaba el mar y en qué partes había lagunas o ríos, por el contenido de algas prehistóricas.

La doctora Prámparo, investigadora del IANIGLA-CONICET, estuvo a cargo del análisis de los palinomorfos, unos fósiles que miden entre 10 y 300 micrones. “Principalmente, son granos de polen y esporas que pertenecen a plantas antiguas y nos dan idea de la vegetación terrestre que hubo. O bien restos algales, que pueden ser de origen continental o marino”, indicó.

Otro de los pilares de este trabajo interdisciplinario fue el análisis de las rocas, en las cuales se encuentran fósiles y microfósiles, y también permiten describir los procesos de erosión y distinguir, por ejemplo, en qué momentos hubo actividad volcánica.

Esta área estuvo encabezada por el sedimentólogo Ricardo Astini, de la Universidad de Córdoba, quien comentó a la Agencia CTyS cómo es posible que restos tan frágiles como una huella de dinosaurio o un grano de polen microscópico puedan conservarse durante millones de años.

Astini relató que “para entender este fenómeno hay que pensar, en primer lugar, que el sur de Mendoza no se encontraba a miles de metros sobre el nivel del mar a fines del Cretácico, sino que estaba en una especie de cuenca, limitada al oeste por la Cordillera de los Andes y al este por la Sierra Pintada, que en ese momento era una montaña elevada, por lo que su superficie fue cubierta por la erosión de las zonas más altas”.

Así, las huellas de los dinosaurios y los granos de polen, por ejemplo, quedaron enterrados y llegaron a estar a miles de metros bajo la superficie. “A esa profundidad es que la tierra se convierte en roca y sus componentes se conservan durante tanto tiempo”, agregó el geólogo.

Queda por entender por qué no es necesario excavar para encontrar estos sedimentos que llegaron a estar sepultados a tales profundidades. Sobre ello, Astini explicó que “en el Cenozoico se comenzó a deformar la Cordillera y empezaron a aflorar todas estas unidades de rocas originadas en el subsuelo”.

Así se explica que se conservaran dichas huellas, dientes de tiburón, granos de polen y algas, que hoy estén en la superficie y se los puede analizar sin hacer grandes excavaciones en el sur de Mendoza. De todas formas, Astini aclara que “los hallazgos no son fortuitos, porque se va mapeando lo encontrado y así se pueden desarrollar estrategias de búsqueda”.

Mar, playa, palmeras... pocos pétalos y muchos volcanesEl doctor Astini mencionó que en la roca se distingue con facilidad la actividad volcánica: “Hay rastros que demuestran que hubo lluvias de cenizas volcánicas, frecuentes, y muy parecidas a las que actualmente surgieron con el volcán Peyehué”.

La actividad volcánica provenía de la zona cordillerana, que se ubicaba al oeste del ingreso marino que tenía forma de un engolfamiento. Y, hacía el extremo norte de esa especie de golfo, había lagunas costeras; allí fue donde se encontraron las huellas de titanosaurios que medían entre 12 y 13 metros de longitud.

Mercedes Prámparo señaló de qué manera pudieron notar que allí habían lagunas costeras: “La evidencia es que encontramos gran cantidad de algas de agua dulce, con un bajo porcentaje de algas de origen marino en las rocas de esa edad”.

Sin embargo, cuando subía la marea, estas lagunas recibían agua salada y afectaban el desarrollo de una vasta vegetación. “Había plantas, pero no en gran volumen, porque eran lagunas costeras y eran pocas las plantas que podían sobrevivir a las influencias marinas y a los cambios bruscos; actualmente, por la evolución, hay plantas que resisten a la salinidad, pero no estaban en el Cretácico”, agregó la especialista.

Hace 70 millones de años, la temperatura era unos 3 o 4º C superior a la actual, y el clima era húmedo, si bien no llegaba ser tropical, a diferencia de la contemporánea aridez de Mendoza.

De todas formas, Prámparo señaló que había plantas, con flores, de tamaños reducido y completamente distintas a las que conocemos. También había vegetación de tipo herbácea alrededor de las lagunas e, incluso, se hallaron restos de polen de palmera.

La palinóloga señaló que se puede comparar este ambiente antiguo con las lagunas costeras que hay actualmente cerca del estuario de Bahía Blanca, porque, por momentos, están influenciadas por el agua de mar, cuando sube la marea, pero por lo general hay un predominio de agua dulce.

La búsqueda de análogos actuales, observó Astini, es una constante de la paleoclimatología, porque “en la geología y los estudios de fósiles rige el principio de uniformitarismo, que dice que los procesos que actuaron en el pasado, continúan en el presente, si bien con distinta intensidad”.

Así como a través del estudio del pasado se puede entender mejor el presente, analizando fenómenos actuales se puede saber qué ocurrió en el pasado. El sedimentólogo dio un ejemplo: “En las rocas se pueden observar distintos procesos y, si se observan determinadas características en los estratos de un canal actual, por ejemplo, y luego los vemos en un grupo de rocas del pasado, sabemos que allí también hubo un canal”.

Tiburones en la época de los últimos dinosaurios
Al sur de donde estaban las lagunas costeras, había una ingreso marino en forma de engolfamiento al que llegaban tiburones. El investigador González Riga mencionó a la Agencia CTyS que “eran animales de tamaño mediano, de dos o tres metros, que vivieron en un mar poco profundo que ingresó por el norte de la Patagonia, hace 65 millones de años; en general, sólo llegan sus dientes hasta nuestros días, porque el resto del esqueleto de los tiburones es cartilaginoso y se preserva raramente como fósil”.

El experto en peces Alberto Luis Cione, encargado de analizar dichas piezas, comentó que “los tiburones llegan a cambiar una cantidad muy alta de dientes a lo largo de su vida, más 20 mil en seláceos longevos, lo que juega a favor de los paleontólogos para poder encontrarlos y estudiarlos”.

Los investigadores, en tanto, estiman que este engolfamiento podría compartir algunas características con el estuario de Bahía Blanca, que tiene unos 80 metros de profundidad y suele recibir visitas de tiburones de unos 2 o 3 metros de tamaño.