"La única forma en que se puede alcanzar logros en lo social es a partir del Derecho"

Félix Acuto, doctor en Antropología e investigador del CONICET, estudia las estrategias de los pueblos originarios para ser reconocidos por el Estado. Destaca los aportes de las herramientas jurídicas a la hora de alcanzar derechos y pondera el aporte de la academia y de la coproducción de conocimientos.

Nicolás Camargo Lescano (Agencia CTyS-UNLaM)- En la mente de Félix Acuto siempre estuvo como objetivo el conocimiento, aunque tal vez, en las épocas de estudiante de la escuela secundaria, las opciones que tenía en mente iban desde las ciencias duras y la biología hasta la historia y las cuestiones políticas. Quiso el devenir histórico y personal que se inclinara por la Antropología, como deseo por investigar sobre sociedades distintas a las occidentales y conocer lugares que no frecuentaría habitualmente.

Hoy docente de la Universidad Nacional de La Matanza en el Departamento de Derecho y Ciencia Política e investigador independiente del CONICET, Acuto se especializó en cuestiones referidas a pueblos originarios con especial hincapié en el Derecho y las herramientas jurídicas de estos sectores. “Sin duda, lo que uno más disfruta es el trabajo de campo porque entrás en contacto con otras realidades donde establecés relaciones, recorrés lugares y entendés prácticas y cosmovisiones sociales muy distintas a las personales”, destaca.

En diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM, el doctor en Antropología analiza las experiencias y aprendizajes a partir del trabajo en territorio, los desafíos de la academia para aportar herramientas a las comunidades originarias y el rol del Derecho como aspecto clave para conquistas y avances.

Una vez formado dentro del campo de la Antropología, ¿siempre estuvo como principal objetivo los estudios en torno a los pueblos originarios? ¿O hubo otras temáticas como posibilidades?

Empecé por el lado más arqueológico, que, en realidad, también tiene que ver con los pueblos originarios, pero más enfocado en la reconstrucción de su historia. Participé en muchos trabajos de campo dentro de la arqueología, porque, a su vez, era la mayor probabilidad que se tenía de participar en proyectos de investigación, salir al terreno y conocer lugares. Pero, con el tiempo, una de las cosas que me llevó a interesarme por los pueblos originarios actuales es la interpelación que te genera cuando vas a los territorios, a los lugares donde la gente vive. El investigador un poco se forma en una burbuja: tu mundo son las herramientas teóricas, los proyectos, los métodos. Pero, cuando vas a los territorios, la realidad es mucho más compleja. Y, desde ya, aprendés mucho de las personas que viven en esos territorios, de sus conocimientos y de la manera que entienden y se relacionan con el mundo que los rodea.

¿Y cómo te interpeló esa experiencia, a nivel personal y a nivel profesional?

Es una conexión y una motivación muy fuerte. En la década del ’90, cuando transitaba mi beca dentro del CONICET, tuve la posibilidad de dar varias charlas en escuelas de la región de los valles Calchaquíes, en la provincia de Salta. Porque veía que la comunidad era muy hospitalaria, nos abrían las puertas y nos brindaban todo tipo de comodidades. A pesar de que esos aspectos no se puntuaban en las evaluaciones académicas, donde lo más importante y valorado siempre ha sido la publicación en revistas científicas, siempre buscaba, y lo sigo haciendo, subsidios que me permitieran hacer una vinculación de mejor calidad. Porque, de lo contrario, pasa que el investigador va a trabajar con las comunidades, luego se va a presentar publicaciones en congresos o revistas y las comunidades, de las cuales estás investigando su vida, su historia y su patrimonio, no tengan idea qué hace ese investigador allí. Esa conexión con el territorio genera la situación de retornar algo.

En ese contexto, te fuiste metiendo en el terreno del Derecho, en vinculación con los pueblos originarios. ¿Supuso un desafío ese cruce?

En parte sí, porque eran conocimientos y una jerga que no tenía. Pero, a su vez, yo traía los conocimientos de la realidad territorial, lo que da un cruce interesante. Porque no se trata, solamente, de qué pasa con esos derechos, con la letra escrita y con los convenios internacionales, sino, también, qué pasa con todas esas herramientas en el día a día de los pueblos originarios. Hay una cuestión clave: la única forma en que se puede alcanzar logros en lo social es a partir del Derecho. Si no está escrito, si no se plasmó en una ley, las realidades no van a cambiar. En ese sentido, desde el retorno de la democracia, y particularmente a partir de la reforma constitucional de 1994 -y su artículo 75, inciso 17- los pueblos originarios y sus comunidades han tenido importantes avances en lo que respecta a su reconocimiento, tanto en el derecho a la identidad, al territorio, a la educación intercultural bilingüe, como en su visibilización. Las herramientas jurídicas los han empoderado. Previo a la década del ’80, por ejemplo, si alguien quería desalojar a alguna comunidad, llamaba a la policía y se iniciaba el desalojo. La anterior Constitución Nacional solo hablaba de “pacificarlos y promover su transformación al catolicismo”. Hoy en día, a partir de la Ley 26.160, se ha puesto un alto a los desalojos de familias o comunidades indígenas hasta tanto no se realice un relevamiento y regularización de los territorios que reclaman. El Estado debe reconocer sus derechos y actuar para defender al Derecho Indígena.

¿Una de las principales problemáticas a resolver, en ese sentido, era el reconocimiento de que los pueblos originarios son preexistentes al Estado?

Sí, lo que, finalmente, se puede materializar en la Convención Constituyente de 1994, a partir del activismo indígena. Muchos pueblos originarios mandaron a sus referentes para incluir el tema indígena en la agenda. El artículo 75, inciso 17, de la Constitución actual reconoce la preexistencia de los pueblos originarios a la formación del Estado Nacional y Provincial. Lo que suele pasar, desde luego, es que surgen disputas jurídicas con estrategias y manejos. Cuando una comunidad hace un reclamo sobre un territorio, la contraparte suele intentar deslegitimar la identidad y acusarlos de que no son pueblos originarios.

Desde el lado de la academia, ¿qué aspectos considerás que se mejoraron, como prácticas?

Hay varios aspectos. Uno de ellos es no arrogarse la voz de los pueblos originarios ni hablar en nombre de ellos. Siempre hubo un discurso muy marcado de que “están extintos”, que “son extranjeros” o se los consideraba como una suerte de menores o incapacitados, que necesitaban ser cuidados y educados. En ese contexto surge de los mismos pueblos un deseo de detener a todos los actores –académicos, la Iglesia, ONGs, abogados- que hablaban en nombre de ellos. El otro aspecto es que la academia empezó a ponerse a disposición de los proyectos y las luchas de los pueblos originarios. Eso no significa que se manipule el conocimiento para favorecerlos, sino que, a partir del conocimiento científico sólido que se genera, se empezara a pensar cómo se puede aprovechar eso para que contribuya en sus procesos, proyectos y luchas.

¿Por ejemplo?

Un caso que nos pasó a mi equipo fue trabajando con la comunidad Los Chuschagasta, en la provincia de Tucumán. En 2009, estaban en medio de un bingo familiar cuando llegó un terrateniente, Darío Amín, con dos expolicías a intimidarlos para que desalojaran el terreno. Se produjo un tiroteo y una de las autoridades de la comunidad resultó muerta y otros dos comuneros fueron gravemente heridos. Desde luego, el hecho generó muchísimo miedo, con un juicio hacia los culpables que se realizó casi diez años después y que terminó con el terrateniente y los dos expolicías condenados, presos por algo más de un año, y luego liberados. La familia del terrateniente siguió intentando desalojar a la comunidad con la acusación hecha a individuos particulares, acusándolos de usurpadores. En ese contexto, tanto yo como Macarena Manzanelli, una de las integrantes del equipo, participamos como testigos, en calidad de peritos académicos, durante el juicio oral por la causa de desalojo. Nuestro rol era refutar la declaración de la parte acusatoria, que afirmaba, en base a supuestos documentos históricos, que estos pueblos originarios habían desaparecido a principios del siglo XIX y que sus tierras habían quedado vacantes. Finalmente, la comunidad no fue desalojada y nuestro testimonio, el cual estuvo basado en una investigación que realizamos sobre fuentes históricas y antropológicas, sirvió para argumentar esa decisión.

Desde tu grupo, también se trabaja en torno a la coproducción. ¿Cómo se da ese proceso?

Está vinculado al aspecto que hablábamos antes, de no apoderarse de la voz de nadie. Que cada cual hable desde sus saberes, sus conocimientos y su praxis social y política. En nuestro caso, hemos presentado, junto con referentes y autoridades de pueblos originarios, diversos trabajos colaborativos en congresos científicos, así como también hemos producido publicaciones en donde las voces y los saberes indígenas aparecen en primera persona y no mediadas y filtradas por la voz y el conocimiento académico. Este es el caso, por ejemplo, de un libro que hemos publicado en 2019 a partir de un subsidio Vincular UNLaM sobre patrimonio y pueblos originarios. Los distintos capítulos que integran este volumen fueron escritos por referentes o colectivos indígenas pertenecientes a distintos pueblos originarios de distintas partes del país. Todo esto aporta fuentes distintas de conocimientos, tratamos de descentralizar el conocimiento científico como la única perspectiva y fuente de saber. Porque hay conocimiento que vienen de tradiciones orales, culturales, de cosmovisiones y prácticas distintas. Todo ese conocimiento nos permite a la academia entender cómo se vive, cómo se experimenta en los territorios aspectos que son muy distintos a la modernidad urbana occidental. En este sentido, un aspecto clave, por ejemplo, es la relacionalidad: cómo se relaciona cada pueblo con la tierra, con la montaña, con los ríos, o con los animales. La relación que desde la modernidad occidental se ha mantenido con la naturaleza está especialmente vinculada con el capitalismo y la explotación de recursos. Los pueblos originarios, por otra parte, entienden a la naturaleza como una entidad viva, una suerte de persona no humana, que es sujeto de derecho y que debe ser cuidada y respetada, por lo que se establece con esta una relación basada en la reciprocidad y el cariño.