“La violencia contra la mujer es la reacción a su insubordinación”

En su nuevo libro “El pueblo feminista”, la investigadora aporta una nueva categoría para abordar las relaciones entre mujeres y varones. En una entrevista concedida a la Agencia CTyS, la socióloga analizó cómo las mujeres piqueteras y de fábricas recuperadas de todo el país pelean por su ciudadanía.

Podría explicar el concepto de “pueblo feminista”...

A partir de lo que llamo “dislocación de la identidad femenina tradicional”, muchas mujeres de sectores populares comenzaron a participar, a reunirse y a organizarse. En ese movimiento, emerge el feminismo popular que, junto con el feminismo de clase media, posibilitó la aparición de una alianza entre diversos sectores sociales en torno a temas como la lucha por la legalización del aborto, que incluyó a varones y mujeres, y que día a día suma nuevos apoyos. Estos nuevos movimientos sociales, que se asocian en torno a demandas de nuevos derechos, son lo que llamo “el pueblo feminista”.

¿Qué es la dislocación de la identidad femenina tradicional?

Cuando las mujeres comienzan a participar en el espacio público, ya sea en los movimientos piqueteros o de las fábricas recuperadas, como es el caso que analizo, o en otros movimientos, esas mujeres, en un sentido figurado, no vuelven a su casa, ya que cuando un grupo subordinado participa y encuentra en esa participación su identidad, con el consecuente reconocimiento por parte de los demás, eso no se puede volver para atrás. Ahí se produce la dislocación de la identidad femenina tradicional.

La identidad colectiva se traspasa a la subjetividad de las mujeres...

En cierto modo, es lo mismo que ocurrió con las Madres de Plaza de Mayo, que no volvieron a ser las mismas una vez que se presentaron como tales ante la sociedad; algo cambió en su modalidad de presentarse frente al mundo, en su subjetividad. Esta nueva identidad combativa está latente en la cotidianeidad; si bien estas mujeres no están todo el tiempo enarbolando las banderas de la liberación femenina, ese cambio en la identidad produce profundas modificaciones en su subjetividad. Para muchos sectores subordinados, la práctica colectiva es la única posibilidad de producir cambios identitarios profundos en su subjetividad. En el caso de las mujeres piqueteras, el cambio se manifiesta en que tienen más orgullo de presentarse a sí mismas como militantes sociales que como madres que cuidan a sus hijos.

¿La mujer se involucra de forma diferente que un hombre en un piquete o un corte de ruta?

La mujer, además de poner el cuerpo al ir a la movilización, pone todo lo que tiene: lleva a sus hijos, porque alguien los tiene que cuidar, lleva la olla para darles de comer, y también socializa el cuidado de los chicos; en el acampe, este cuidado se vuelve colectivo: comen todos juntos, a los chicos los cuidan también los y las compañeros y compañeros, es decir, que están mucho más cuidados por el colectivo que lo que podían estarlo si los dejaban en el barrio.

Aparece la noción de la maternidad social...

Si, pero sin embargo, hay una diferencia con la noción de maternidad social, tal como la entendíamos en los ochenta, que era una maternidad que reclamaba al Estado; las Madres de Plaza de Mayo son representantes de esta maternidad. En el caso de las mujeres piqueteras, hay una dislocación de esa maternidad: cuando reclaman, desaparece la idea de justificarse por la maternidad, sino que son ellas mismas que reconocen su propio protagonismo y su deseo de militancia.

¿Qué pasa cuando esas mujeres vuelven a sus casas?

Estas mujeres a partir de su irrupción en lo público iniciaron, no sin muchas dificultades, algún tipo de mecanismo de negociación en lo privado, porque no puede haber democracia radical sin democratización de la vida privada, es decir, democratización de la familia. Ahora, las dificultades surgen porque quien está interesado en democratizar es el que no tiene acceso a algún recurso o beneficio de poder, en este caso, las mujeres. Esto se demuestra en cómo los varones se manifiestan sorprendidos porque estas mujeres populares, que tenían una forma subordinada de vincularse con ellos, están empezando a cambiar.

¿Cómo se reconfigura el patriarcado frente a estos avances de las mujeres?

En un momento cuando escribía el libro anoté: “¡Qué fuerte que es el patriarcado! Tiene una enorme capacidad de reconstruirse y de salir a la defensiva”. Lo interesante es que está a la defensiva, ya que pasa de un lugar de absoluto poder a enfrentar un desafío. En este sentido, la violencia contra las mujeres puede entenderse como reacción del patriarcado frente a ciertas insubordinaciones femeninas de distinta índole; en este sentido, la violencia se ejerce como una práctica disciplinante.

Usted analiza la participación de mujeres en fábricas recuperadas y movimientos piqueteros. ¿Cuáles son las principales distancias y cuáles los puntos de encuentro entre estas dos formas de participación femenina?

La primera diferencia es demográfica. En el “Programa Jefes y Jefas de Familia”, que es el que propicia el surgimiento de los movimientos piqueteros, el 70 por ciento de las desocupadas eran mujeres, mientras que en las empresas recuperadas la mayoría eran hombres. Por otro lado, hay una constante que es la sorpresa por la participación de las mujeres en las luchas sociales. Por ejemplo, en el caso de las fábricas recuperadas, los obreros se sorprendían que las mujeres que trabajaban en la empresa quisieran defender su lugar de trabajo y se quedaran en la toma; los líderes varones no esperaban esa reacción. Si bien muchas trabajadoras no participaron de los movimientos debido a presiones familiares, las que se quedaron generaron una nueva visibilidad para las mujeres. Todos los trabajadores tuvieron la oportunidad de ser protagonistas en la recuperación de las empresas, pero eso se notaba mucho más en las mujeres.

¿Cómo se modificó la división sexual del trabajo al pasar de la organización empresarial al cooperativismo?

El hecho de que una empresa comercial comenzara a funcionar como una cooperativa de trabajo implicó que muchas mujeres cambiaran su lugar de trabajo, lo que condujo a un cambio en la división sexual del trabajo. Así, por ejemplo, una empleada de limpieza pasó a ocupar un lugar en la línea de producción. Hubo algunos cambios mínimos pero importantísimos para las mujeres, porque significaron que empezaran a cobrar lo mismo que los hombres. Tanto el que accedieran a otro puesto de trabajo por necesidades de producción como que ganaran lo mismo que los hombres supuso una mayor equidad para las mujeres.

¿Cómo funciona esta lógica en el caso del movimiento piquetero?

El movimiento piquetero evolucionó mucho con el correr de los años y las mujeres han ido logrando mejorar su condición dentro de las organizaciones y tener sus propios espacios. Sin embargo, al comenzar, las conducciones eran mayoritariamente masculinas y por ahí tenían en alguna comisión a alguna mujer. En cuanto a las tareas que realizaban, por ejemplo en lo referido a la seguridad en los cortes de calles, aún haciendo lo mismo que los hombres, lo que las mujeres ponían en juego era muy distinto. Los dos se sentían importantes porque estaban en primera fila. Hablaban de que eran ágiles, que sabían correr, pero las mujeres hablaban del cuidado, algo que no mencionaban los hombres. Una misma actividad puede ser representada desde el punto de vista subjetivo de varón y mujer de una manera diferente. En el caso de los varones esta era una tarea que hacían siempre; para las mujeres era un nuevo campo de acción.

¿Por qué para analizar a los movimientos feministas entrevista tanto a mujeres como a varones?

El análisis desde una perspectiva de género, implica no la perspectiva de las mujeres sino las relaciones de poder entre los géneros. Una postura universalizadora analizaría las prácticas y demandas de un movimiento social como un todo, sin observar los matices de género dentro de las mismas. Por otro lado, si hubiera observado solo lo que hacían las mujeres, tampoco habría podido construir una perspectiva de género. Por eso, mi trabajo se basó en el análisis de los discursos tanto de los hombres como de las mujeres.

*Graciela Di Marco es Socióloga, Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires y directora del Centro de Estudios sobre Democratización y Derechos Humanos (CEDEHU) y de la Maestría y Especialización en Derechos Humanos y Políticas Sociales en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).

Entrevista realizada por María Florencia Alcaraz y Javier D’Alessandro