Hacia una política en clave feminista

¿Qué impacto tiene la marea de cuerpos y pañuelos verdes? ¿Qué nuevos modos de hacer y de ver la política trae aparejados? La socióloga Josefina Brown reflexiona sobre los efectos de un movimiento de larga data que llegó para quedarse.

Josefina Brown (especial para Agencia CTyS-UNLaM) - En los últimos años, las mujeres comenzaron a poblar los espacios públicos y las agendas políticas y mediáticas. También lo hicieron los feminismos. Mucho tuvieron que ver con eso los Encuentros Nacionales de mujeres que vienen llevándose a cabo en distintos puntos del país desde 1986 y que, cada vez más, marcan la agenda de las demandas de las féminas.

Más recientemente, los paros nacionales de mujeres, el sostenido movimiento de Ni una menos y el tan esperado debate por la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo, abren nuevos interrogantes sobre la forma y la función de la política. Las mujeres, las otras que durante muchos años fueron excluidas de lo político, pueblan hoy las calles y proponen formas creativas y novedosas de disputar los ámbitos de decisión y reclaman por todos sus derechos. 

Ahora, parece que la revolución será feminista o no será. Ahora nos ven, escriben feministas de todas las banderas en las redes. Las mujeres, sus demandas y ¿su política? ¿Qué hay de nuevo o novedoso una vez que la voz de las mujeres logra traspasar los muros domésticos y, firmes, demandan por sus derechos tantas veces silenciados?

El mismo hecho de que la política, geométricamente tan formal, tan cuadrícula, tan lineal, tan abstracta y pulcra se pueble de curvas, de desvíos, de subjetividades, de experiencias personales, de gestaciones, de amamantamientos, de abortos, de relatos en primera persona, es bastante disruptivo.

También lo es porque los sindicatos y otros movimientos sociales, quienes solían concentrar las demandas clave, han perdido capacidades para desafiar las resistencias de los poderes del Estado. Quizás ahora, el movimiento que impulsa los cambios no viene más de arriba hacia abajo. No se gesta en oficinas a puertas cerradas pobladas de burocracias. Nace en la calle, en el encuentro cara a cara, en el comedor del barrio, la salita del centro de salud, la iglesia del barrio. Es de a poco, es lento y trabajoso. Pero es poderosa la horizontalidad y la insistente búsqueda de consensos en vez de pasar la votadora.

La reunión de más de 70000 mujeres en Chaco en 2017 así lo muestran. Y los temas que interesan a las mujeres son múltiples y diversos: la prostitución o el trabajo sexual, la violencia obstétrica, el activismo gordo, la situación de las personas trans, familias, duelos, discapacidades, salud, violencias, trata de personas, trabajo/descocupación, pobreza, sindicalismos, pueblos originarios, medio ambiente, religiones, sexualidades, abortos y la lista continúa. En todos, el cuerpo, la subjetividad y la experiencia personal son los hilos que tejen la trama de la política. 

La visibilización de las mujeres en movimiento viene, por añadidura y como ya lo señalaban las viejas feministas, con una unión intergeneracional e interclasista, interracista, interreligiosa, interpartidaria, etcétera. Es transversal a cualquier movimiento social y transgeneracional en su composición. Las tomas de los colegios secundarios reclamando aborto legal se alza sobre los hombros de las ancestras, de esas que sostuvieron la bandera cuando muy pocas se atrevían, como Dora Coledesky, que se fue de este plano en plena batalla. Parafraseando al peronismo, finalmente, para una mujer no hay nada mejor que otra mujer. A eso se llama sororidad.

En el caso del debate por el aborto, tuvo una doble repercusión la noción: por un lado, en alusión al grupo de dirigentes que en la Cámara de Diputados de la Nación movieron los hilos necesarios en un movimiento rítmico cohesionado (el grupo de l@s sororas); y, por otro, resaltó alianzas entre varones y mujeres desconocidas que se reconocían, sin embargo, bajo la señal del pañuelo verde.

Es que, efectivamente, las mujeres en movimiento y los feminismos pusieron sobre la mesa de negociaciones el cuerpo. La política, la ciudadanía y los derechos ya no pueden ser pensados ni imaginados en términos abstractos en detrimento del cuerpo real. Es allí donde impacta el hambre, las políticas de migración discriminatorias, las violencias, el trabajo, la desocupación, la sexualidad, la procreación, el aborto…

La política encarnó, tanto en sentido metafórico como literal. Es un cuerpo de mujer junto al cuerpo de otra mujer multiplicado al infinito el cuerpo que ha poblado las calles y que ha reclamado por la vieja y aún pendiente igualdad social y también por temas que para otros cuerpos parecían lejanos privilegios: el derecho al divorcio, a la patria potestad compartida, el cupo en los cargos políticos y partidarios, la salud sexual y reproductiva, la educación sexual, la contracepción quirúrgica voluntaria, la fertilización asistida, el aborto. Lo personal es político y además es corpóreo, no abstracto. No es una metáfora la que fallece por un aborto clandestino realizado en condiciones insalubres: es una mujer cis o varón trans, cualquier persona gestante.

Las mujeres, que con el nacimiento de los nuevos regímenes políticos allá por el siglo XVII – XVIII fueron excluidas del goce de derechos ciudadanos fundamentales – como el de elegir y ser elegidas para cargos públicos- por su cercanía con la naturaleza y por ello pensadas como puro cuerpo y sexo, algo más de 200 años después, en el país del sur del cono sur, usan su cuerpo como un lienzo donde despliegan toda una enorme creatividad (los visten, los desvisten, los pintan, los dibujan, los bailan, los cantan, los saltan, los adornan, los amuchan) para exigir derechos ciudadanos ligados a lo más humano de la humanidad antes o después de la facultad de razonar (abstractamente): el cuerpo y la sexualidad.

Es su capacidad de vivir, de vestirse, de educarse, de transitar libremente; de votar, ser votada; de trabajar, de maternar, de casarse, de no casarse, de divorciarse, de obtener placer sexual sin obligación de gestar desacoplando sexualidad de reproducción; en fin, de embarazarse y parir o abortar; es decir, un cuerpo sexual con todas las diferencias a cuesta el que llegó para quedarse.

Josefina Brown es Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Se especializó en el estudio sexo-cuerpo-(no) procreación en términos de salud, comunicación, política, derechos y subjetividad. Actualmente es investigadora adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET).