Descubriendo la génesis de la ciencia moderna

Todo tiene su punto de inicio y la noción de ciencia no es la excepción. Silvia Manzo, doctora en Filosofía, estudia el proceso histórico donde surgió el concepto actual de esta disciplina y analiza la lucha de las Sociales por el status científico.

Nicolás Camargo Lescano (Agencia CTyS)- Atravesar los túneles del tiempo, sumergirse en los documentos históricos y viajar a épocas remotas puede resultar una simple tarea académica o puede convertirse en un apasionante desafío. Sobre todo si en esa travesía se descubre que el mundo y la ciencia no siempre han sido tal como lo conocemos.

Claro que para esa misión es necesario comprender el sistema de valores que imperaban en la época y desentrañar el modo en que la sociedad percibía la realidad. Silvia Manzo, doctora en Filosofía e investigadora del CONICET, emprendió la compleja tarea de entender cómo nació la idea de ciencia actual y cuáles fueron los factores históricos que la posibilitaron.

“Estudio el período de transición del Renacimiento a la Modernidad. Es particularmente interesante porque es el momento en que surge el mundo moderno en general y cuando se constituye la idea de ciencia que todavía es la que impera”, detalla Manzo, quien se desempeña como docente en la Universidad Nacional de La Plata y que, en 2014, recibió el Premio Houssay en el área de Ciencias Humanas.

Para llevar a cabo su investigación, Manzo realizó un relevamiento bibliográfico en diversas bases de datos y bibliotecas, lo que requirió la lectura de autores de la época en sus idiomas originales, como el latín, el inglés medio y moderno. A su vez, el estudio incluye la lectura de manuscritos, libros de notas, cartas, tratados jurídicos y otros documentos similares.

Esta metodología supone todo un desafío a la hora de la comprensión y entendimiento del pasado. “Trabajar con manuscritos hace varios siglos atrás en lenguas muertas puede ser muy dificultoso. Cada tipo de obra tienen un estilo y un formato de escritura peculiar, que resulta muy diferente de las prácticas actuales”, asegura la filósofa, quien agrega que la lectura de fuentes se complementa con diccionarios paleográficos de abreviaturas, diccionarios de idiomas y léxicos especializados.

El inicio de una era

Nociones que hasta el día de hoy se definen como valores científicos esenciales, como la objetividad, la racionalidad, el método científico o la neutralidad de la ciencia, emergieron al calor del período que los historiadores bautizarían como Revolución Científica. Pero, como explica la académica, el surgimiento de esta nueva concepción del término obedeció también a un cambio de paradigma sobre la visión del mundo.

“Hasta ese momento, la ciencia tenía una fuerte relación con la filosofía y la teología. Uno de los rasgos que diferenciaron a la nueva ciencia es que se comenzó a considerar que  la naturaleza era algo que se podía cuantificar”, relata Manzo. Este vínculo entre teología y ciencia, paradójico e imposible de imaginar desde la perspectiva actual, se deriva en parte de ciertas ideas  heredadas de la Antigua Grecia.

“La filosofía cristiana que se impuso en el mundo medieval -narra la filósofa- tomó muchos aspectos de los antiguos griegos. Estos pensaban que todo ocurre porque hay un fin que está persiguiendo la naturaleza, que es ordenada, bella, armónica. Los filósofos cristianos afirmarán que estos fines son los que Dios ha elegido”.

Lo particular de este proceso histórico, según Manzo, es que si bien se puso fin al dogma religioso como sinónimo de verdad, con el correr del tiempo, particularmente durante el siglo XIX, emergió al mismo tiempo la idea de ciencia como nuevo dogma imperante. Por ese entonces, “se tenía una confianza muy fuerte en el conocimiento y en la razón y se consideraba que la ciencia era incuestionable. Esas actitudes cerradas que a veces se veían en la teología también se empezaron a reproducir en el campo científico”, asevera.

Entre la obsesión por la norma y la lucha por el status

Este punto de inflexión que implicó la Revolución Científica convirtió a la ciencia –especialmente las ciencias duras- en una disciplina que busca describir las leyes que regulan el universo. Y este concepto de ley, según Manzo, en parte se inspiró  en disciplinas como la ética y el derecho, que ya formaban parte del mundo occidental para ese entonces.

“Ya había un corpus jurídico que decía qué es lo que está bien y lo que está mal- detalla la filósofa- en definitiva, algo que regula cierto orden. La ciencia moderna tomó ese concepto para aplicarla a la naturaleza, en busca de una matriz: utilizó así una noción antropológica y lo extrapoló al mundo natural”.

Este paradigma, que priorizaba la explicación del universo mediante leyes tomó a la astronomía y la física como modelos a seguir para todas las disciplinas que quisieran ser consideradas como ciencias. Y si bien las ciencias sociales fueron las más perjudicadas por este escenario, lo cierto es que no fueron las únicas.

Una consecuencia a largo plazo de la Revolución Científica es que finalmente llegó a considerarse como ciencia únicamente lo que hacían las ciencias físico-matemáticas, que tenían un método determinado. “Disciplinas como la química o ciencias biológicas, en el momento de sus surgimientos, parecían no cumplir con ese ideal de cómo debía ser una auténtica disciplina científica”, apunta Manzo.

Las ciencias sociales, por su parte, también fueron afectadas por ese modelo y todavía luchan porque les sea reconocido su status científico, opina la académica. “Lo que ocurre con las ciencias sociales es que, al tener un objeto de estudio y métodos completamente distintos a los de las denominadas ciencias duras, producen un conocimiento que no se puede evaluar de la misma manera”, explica.

Procesos análogos sufrieron las ciencias humanas, que son incluso más antiguas que las sociales pero que también pujan por hacerse un lugar dentro de la jerarquía de la ciencia. “En la Antigüedad ya se estudiaba Historia o Letras, que en ese momento se abordaba sobre la retórica y la gramática. Pese a ser antiquísimas, fueron quedando relegadas del concepto de ciencia”

Manzo aclara, sin embargo, que la moderna denominación de Ciencias Humanas es un intento de rescatarlas, calificándolas así como saberes genuinos. “Siempre influyen diversos factores. No se puede dejar de lado el hecho de que hay disciplinas cuyos productos generan beneficios materiales muy fuertes y esto determina el lugar que ocupan en el mapa epistemológico”, concluye.