Aprender la vocación del compromiso

Alumnos de la carrera de Medicina de la UNLaM realizan sus prácticas pre-clínicas desde el primer año en distintos centros de salud. A partir de la quinta semana de clase, aplican los conocimientos teóricos para colaborar en la solución de los problemas que observan. Los estudiantes cuentan las experiencias que los marcaron y los docentes se entusiasman con los resultados obtenidos en este novedoso desafío.

Nadia Luna - Leandro Lacoa (Agencia CTyS) - Sus paredes hablan. Día y noche, los pasillos son testigos de historias, llantos y sonrisas. Personas que entran y salen. Consultorios que esperan. Niños que lloran al recibir “una picadura de mosquito” en el brazo, según los consuelan sus padres mientras les dan un caramelo. Adultos que, al ver acercarse un ambo, no pueden evitar sentir un escalofrío. En definitiva, es un lugar de caras conocidas: la realidad social en la que viven está lejos de ser ideal.

El Hospital Materno Infantil Dra. Teresa Germani está ubicado en Avenida Luro 6.561, de la localidad de Laferrere. A este centro de salud, concurren habitantes de barrios que se encuentran a la vera del río Matanza.

Este es uno de los lugares donde realizan sus prácticas los alumnos de primer año de la carrera de Medicina de la Universidad Nacional de La Matanza. A partir de la quinta semana de clases, comienzan sus experiencias preclínicas en grupos de seis a diez personas en diferentes centros de atención primaria.

“A pesar de que vivo en Ciudad Evita, casi pegado a Laferrere, no conocía esta realidad. Recién empezás a ver la necesidad de la gente cuando recorrés los barrios más pobres”, asegura Germán, alumno que integra una de las tres comisiones que realiza sus prácticas en el Germani.

Pesar a los bebés, tomar la presión, leer las historias clínicas de los pacientes y ayudar en la vacunación son algunas de las tareas que desempeñan los estudiantes. No solo practican para conocer la realidad de la salud, sino que deben vincular lo que ven con los contenidos de las materias de la carrera. Por ejemplo, la asignatura Hábitat, Ecología y Salud les da las herramientas para detectar cuáles son los problemas ambientales que posee una comunidad y los causantes de diferentes tipos de enfermedades. “Nosotros queríamos saber por qué los chicos, en invierno, iban con tantos problemas respiratorios. Llegamos a la conclusión de que, al vivir en una zona muy baja y húmeda, los chicos son más proclives a enfermar”, cuenta Germán.

Después de cada día de práctica, los alumnos vuelven a la Universidad para contar sus experiencias y reflexionar acerca de los problemas que observaron. “Este espacio es fundamental para el desarrollo profesional, porque, si uno no reflexiona sobre lo que hace, es muy difícil que logre mejorarlo”, indica Gabriela Lourtau, coordinadora de la Carrera de Medicina. En el Conurbano, aparte del Germani, los centros de salud que abren sus puertas a los estudiantes se ubican en Villa Celina, la Salada (Tapiales), González Catán y Morón. En tanto, en Capital Federal, las prácticas se realizan en los Centros de Salud y Acción Comunitaria (CeSac) 5, 7 y 29 del hospital Santojanni.

Una de las novedades de la currícula de la UNLaM es que plantea el trabajo de campo como necesidad primordial, por lo tanto los alumnos realizan registros detallados sobre lo que experimentan todos los días en las prácticas para enriquecer la enseñanza teórica. “En campo, los estudiantes integran muchísimos conocimientos. Algo que sucedió en los distintos centros fue la gran admiración cuando descubrieron todo lo que pueden aprender de la gente que no pertenece a los equipos de salud, como los pacientes”, enfatiza Diana Milstein, secretaria de investigación del Departamento de Ciencias de la Salud.

La novedad no solo es para los alumnos, ya que los docentes tampoco tienen experiencia en orientar las prácticas a partir del primer año. Cada grupo tiene asignado un tutor que trabaja en el centro de salud y cumple la función de guía en el proceso de aprendizaje. “En una visita a un centro de evacuados, vimos a un hombre que tenía como una bola en el brazo y el profesor nos ayudó a entender qué le pasaba. Esas son cosas que no podríamos ver si no estuviéramos practicando en un consultorio o en el hospital”, comenta Micaela, otra estudiante de la carrera.

Como preparación para esta novedosa metodología, los profesores que van a enseñar en la carrera realizan un curso de innovación en el que se los introduce en el aprendizaje a través de problemas y en el trabajo de campo. “Para explicar el abordaje de campo, pensamos que lo mejor era que los alumnos contaran sus experiencias”, destaca Milstein. “Fue fantástico. Los profesores preguntaban y ellos contestaban. Muchas veces discutían y, ahí, vimos que los alumnos se sienten con mucha capacidad para explicar lo que quieren hacer. Se sienten con más poder para contar sus experiencias, defender sus ideas y discutir”, describe.

A medida que pasa el tiempo, los alumnos se van interiorizando en los problemas de la comunidad, como la falta de comprensión de las recetas o los diagnósticos médicos por parte de los pacientes. “A veces, te das cuenta de que el médico prescribe determinado medicamento, pero, tal vez, el paciente no sabe leer la receta y no entiende los términos que utiliza”, reflexiona Germán.

Por eso, la labor de intervención excede lo estrictamente médico. Apenas comienzan su trabajo, los alumnos deben investigar la historia del centro de salud y del barrio en que está inserto. “Vos no podés sacar a la persona de su contexto, porque, a veces, curás la enfermedad, pero ella vuelve a su entorno con todas las carencias y precariedades, vuelve a sus pisos de tierra, con el baño afuera y a la vera del río Matanza”, explica Patricia, una estudiante de Medicina que, además, trabaja de enfermera hace seis años en el Hospital Germani.

Otra de las tareas es la de crear consciencia en las personas sobre el derecho a la salud, que está incluido en la Constitución Nacional. “Tenemos un enfoque comunitario para empoderar a la comunidad, enseñarle cuáles son sus derechos y que no piensen solo en las carencias, sino en lo que ya tienen. Nuestra tarea es pensar la solución a los problemas de salud de la gente”, remarca Germán.

Por otro lado, los estudiantes también realizan trabajos de intervención en instituciones como escuelas, comedores y centros de evacuados. “Cuando van a dar charlas sobre educación sexual en los colegios, los chicos los escuchan con curiosidad y atención”, señala Lourtau. Durante la clase, los futuros médicos iban contestando las preguntas preparadas por los chicos que se animaban a consultar cuestiones como “¿es necesario tener relaciones?” o “¿cómo se curan las pecas?”.

“Cuando les pedimos a los chicos que resuman con una palabra lo que les pareció la charla, varios dijeron ‘Esperanza’”, se emociona Patricia. “Nuestra visita les daba esperanza a pesar de que ellos piensan que, por vivir en un barrio humilde, tienen mayores condicionantes para poder crecer. Pero nosotros les contamos que la mayoría somos de La Matanza y tenemos la oportunidad de ir a la universidad”.

Cuando la realidad supera la teoría

La visita al centro de evacuados fue una experiencia muy movilizante para los estudiantes. Fueron a entrevistar y conocer las realidades de quienes estaban allí, pero, a medida que iban escuchando las diferentes historias, comenzaron a sentir que eso no era suficiente.

“Había una señora que estaba con su marido y varios hijos chiquitos. Ella nos contó que no podía comprar la SUBE porque le cobraban 20 pesos, así que prefería darles de comer a sus hijos con esa plata. La verdad es que, si hubiese tenido la SUBE en ese momento, se la habría dado… Yo sabía que la realidad era difícil, pero, al escuchar esas historias, no sabía qué hacer. La gente había perdido muchas cosas y nosotros únicamente íbamos a hacerles preguntas. Sin embargo, nos recibieron muy bien”, relata conmovida Griselda, estudiante de la carrera.

Otro aspecto que observaron los alumnos es que, a veces, el trato del médico hacia los pacientes es demasiado distante porque no se involucra con la realidad en la que ellos viven y el profesional no se preocupa por indagar demasiado en las posibles causas de una dolencia. “Un abuelito nos contaba: ‘El doctor ya ni siquiera me revisa’. El médico está automatizado, le pregunta al paciente qué le duele y, enseguida, le receta un remedio, cuando, quizás, un buen trato puede subsanar varios problemas relacionados con la enfermedad”, propone Patricia.

Durante las prácticas, los estudiantes se encuentran con distintos escenarios que los obligan a pensar y actuar rápidamente.  Estas situaciones reales son muy diferentes a los ensayos que se pueden hacer en una clase. “Un día, teníamos una actividad en la guardia de adultos. Trajeron, en la camilla, a una señora desmayada. Estaba muy pálida y me pidieron que le tomara la presión. Lo ideal para tomar la presión es que el brazo esté descubierto, sin nada que lo apriete. Pero ella tenía una remera de manga larga arremangada que le comprimía el brazo y no era recomendable tomarle la presión así. Yo tenía ganas de agarrar una tijera y cortarle la ropa, pero no sabía qué hacer. Al final, tuve que tomarle la presión así como estaba”, narra Gisella, del grupo del Hospital Germani.

Construyendo soluciones en comunidad

Como una manera de aplicar todo lo que los estudiantes aprenden en las prácticas, los docentes les propusieron armar un proyecto de investigación–acción, con propuestas destinadas a solucionar las distintas falencias observadas en los centros de salud. “Los alumnos nos dieron, a todos, una gran lección. Primero, porque demostraron que los estudiantes de primer año son capaces de hacerse preguntas interesantes. Segundo, porque aprendieron que para interrogarse en salud hay que escuchar mucho al otro ya que las preguntas que se hacen no salen de ellos mismos, sino que surgen de escuchar los problemas de la comunidad”, plantea Milstein.

Al principio, los docentes no sabían si todos los grupos llegarían a poner en marcha sus proyectos. Sin embargo, los estudiantes se entusiasmaron y ya impulsaron algunos cambios. El valor de su aporte, incluso, se refleja en detalles que pueden resultar secundarios o pasar desapercibidos en la rutina diaria del equipo médico. Por ejemplo, los estudiantes notaron que, en un centro de salud, los profilácticos se guardaban junto a los medicamentos comunes, por lo que mucha gente no sabía dónde pedirlos o no se animaba a hacerlo. Entonces, los alumnos armaron recipientes para que puedan estar al alcance de todos. Además, confeccionaron folletos informativos sobre salud sexual.

“Fue tanto el respeto y el compromiso de los chicos con lo que hacen que, en las vacaciones de invierno, muchos siguieron yendo”, sostiene Lourtau. A la par del trabajo de los estudiantes, las autoridades del Departamento de Ciencias de la Salud se encargan de transmitir la novedosa experiencia a otras instituciones académicas del país. También, tomando como referencia los registros de los alumnos, están preparando un manual para guiar el trabajo de campo de los futuros ingresantes a la carrera.