La muerte de un indispensable

En 2009, el doctor Andrés Carrasco comprobó el alto nivel de toxicidad que el glifosato produce en la salud. Mediante un estudio que realizó con embriones de anfibios y pollos, demostró el peligro producido por el agroquímico más utilizado por el modelo sojero. A modo de homenaje, la Agencia CTyS vuelve a publicar una nota realizada en 2011 donde el polémico científico reafirmó su compromiso con los pueblos fumigados.

(Agencia CTyS) “El modelo productivo del país está basado en agroquímicos: si se prohíben, se acaba el negocio”. Con estas palabras, el científico y militante reafirmó su compromiso con las miles de familias y  movimientos campesinos que se oponen a las constantes fumigaciones. Admirado por muchos, odiados por los empresarios sojeros, el fallecido director del Laboratorio de Embriología Molecular de la UBA y ex presidente del CONICET demostró que el herbicida produce malformaciones. Hasta su muerte, no se cansó de denunciarlo.

Sin embargo, el glifosato continúa clasificado como “producto poco peligroso” por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y así permanece registrado en el SENASA, la autoridad regulatoria del país. Pero distintos profesionales denuncian su toxicidad, su presencia en alimentos y fumigaciones ilegales, mientras proponen proyectos de ley e impulsan cultivos orgánicos como alternativa al modelo. 

Los herbicidas nacieron en Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial, con el fin de ser utilizados como bombas químicas para destruir los cultivos alemanes y producir una crisis alimentaria. El primero fue el 2,4-D, también esparcido posteriormente por los Estados Unidos en la Guerra de Vietnam.

Según la Red de Médicos de Pueblos Fumigados, surgida en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), actualmente se utilizan más de 300 millones de litros, de los cuales más de 200 millones contienen glifosato. El primero de éstos fue desarrollado en 1974 bajo el nombre comercial de Roundup Ready (RR) por John Franz, un científico que trabajaba en la mayor compañía productora de transgénicos del mundo: Monsanto. Gracias a este herbicida, compuesto por glifosato como principio activo y ciertos adyuvantes que aumentan la efectividad del producto, Estados Unidos condecoró a la multinacional con el Premio para el Desarrollo Sustentable en 1996.

“Algunos dicen que el glifosato disminuyó el uso de agroquímicos más peligrosos, pero no es cierto. Se sigue usando endosulfán y paraquat, entre otros, e incluso se combinan”, denunció Carrasco en diálogo con la Agencia CTyS. Aparte del RR hay otros 214 formulados comerciales basados en glifosato registrados en Argentina, pero la composición exacta no es de público conocimiento porque están protegidos por el secreto comercial de la patente.

Carrasco siempre insistió en que el modelo productivo del país basado en la exportación de soja transgénica es el gran eje de la polémica. “El glifosato ya es algo anecdótico. Hoy hay veinte millones de hectáreas de soja transgénica. Dentro de cinco años, se quieren tener veinticinco; y en diez años, treinta. Ese es el verdadero problema”, advirtió. 

La mayor parte de la producción de soja se exporta. Principalmente, sale procesada como aceite, pellets o granos de soja. Las grandes regiones sojeras del país comprenden las provincias de Córdoba y Santa Fe, seguidas por el norte de la provincia de Buenos Aires, con las localidades de Salto, Rojas, Saladillo y Pergamino. 

Algunos especialistas denuncian que los problemas con agroquímicos van más allá de las plantaciones de soja y los pueblos cercanos a éstas. “De noche, fumigan las vías del tren con glifosato para desmalezar a menor costo”, indicó Carrasco. En la zona oeste del Conurbano bonaerense, por ejemplo, el tema se está debatiendo en municipios como Tres de Febrero y Hurlingham, mientras que en algunos, como Morón e Ituzaingó, la fumigación con agroquímicos ya está prohibida. 

Otra irregularidad denunciada por el investigador del CONICET se refiere a las banquinas plantadas con soja. “En la autopista Rosario-Córdoba, he visto las banquinas llenas de soja. Esto es doblemente grave. Primero, porque es terreno fiscal y no piden permiso para plantar soja. Segundo, porque al hacerlo, están fumigando los coches”, reveló Carrasco, de nuevo, demostrando su incansable compromiso. 

Por otro lado, la disposición final de los envases de agroquímicos tampoco está controlada, pese a estar regulada por la Ley Nacional de Residuos Peligrosos (Nº 24.051). “La gente me ha llevado a pasear por el campo y he visto envases tirados a los costados que, a veces, la gente reutiliza para cargar agua porque las empresas dicen, con toda impunidad, que son inocuos”, disparó. El informe de la UNL también se ocupa de este tema, y recomienda profundizar las investigaciones en tecnologías de remediación para el reciclado seguro y sustentable de los envases.

“Yo creo que la solución definitiva es la revisión del modelo. Y si el modelo no es racional, habrá que discutir cómo cambiarlo”, concluyó Carrasco su diálogo, pero no su lucha. Hoy, su legado continúa vigente y otros indispensables continúan el camino por la senda transitada por aquel gran referente.

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