Chernobyl, a 30 años de la tragedia

El 26 de abril de 1986, una explosión en una central atómica de Ucrania se transformó en el peor accidente nuclear de la historia. En un nuevo aniversario del hecho, del que todavía se observan consecuencias, esta técnica se mantiene como alternativa para generar energía eléctrica.

Cecilia Laclau - (Agencia CTyS-UNLaM) En la madrugada del sábado 26 de abril de 1986, Ucrania despertó con una grave noticia: uno de los reactores de la Central Eléctrica Nuclear Memorial V. I. Lenin había estallado y, como consecuencia, se habían liberado a la atmósfera altísimos niveles de radiación, contaminando seriamente el medioambiente.

El accidente sucedió como consecuencia de una prueba en la que se simulaba un corte de suministro eléctrico a la central para ensayar cómo debía operar el sistema de refrigeración ante una eventual pérdida de energía. Sin embargo, una falla humana hizo que el ensayo se volviera real y se produjo un aumento súbito de potencia en el reactor 4, provocando una explosión del hidrógeno acumulado en su interior.

El reactor no contaba con el edificio de contención que ya estipulaban las normas de seguridad mundial y la explosión, que voló el núcleo, expuso una gran cantidad de dióxido de uranio, carburo de boro, óxido de europio, erbio, aleaciones de circonio y grafito, todos materiales radiactivos o tóxicos.

Según las mediciones de entonces, la contaminación fue unas 500 veces mayor a la provocada por la bomba atómica arrojada en Hiroshima en 1945. Y, en los tres primeros meses después del suceso, causó la muerte de 33 personas.

No obstante, a largo plazo, según los expertos, Chernobyl se cobró la vida de otras 4.000 personas en forma directa en Ucrania, Rusia y Bielorrusia -los países afectados por la catástrofe-, además de haber contaminado con radiación a más de 50 mil. El accidente fue considerado como de nivel 7 en la Escala Internacional de Accidentes Nucleares, el máximo que estipula esa medición.

Hoy, a 30 años del hecho, periodistas de Associated Press que visitaron la zona del hecho tomaron muestras de leche ordeñada en una granja cercana al lugar y aseguran que, tras analizarla en un laboratorio privado, descubrieron que muestra un nivel de isótopos radioactivos que supera diez veces el límite permitido para alimentos. La granja vende su leche a la empresa Milkavita que distribuye sus lácteos en toda Rusia.

Además, existen denuncias sobre el agua, los peces que se consumen, la madera que se tala y se vende, y el humo que se genera en la quema de vegetales en la zona.

“Chernobyl es la peor de las guerras”, escribió Svetlana Aleksiévich en su libro "Voces de Chernobyl", de reciente edición y con el que obtuvo el premio Nobel de Literatura. Ella, esposa de uno de los bomberos que entró al sitio a apagar el incendio, decidió contar las experiencias propias y ajenas de esa tragedia, donde perdió a su marido luego de una dolorosa agonía por la radiación recibida el día del accidente.

Otra tragedia atómica

Hace poco más de cinco años, en el mediodía del 11 de marzo de 2011, otra noticia volvió a ganar espacio entre los titulares del mundo. Esta vez, Japón había sufrido, primero, un terremoto de 9,0 en la escala sismológica de magnitud del momento y, luego, el impacto de un tsunami de 38 metros de altura.

Entre las consecuencias de este desastre natural, evaluadas como las más graves desde los daños provocados por la Segunda Guerra Mundial, asomaba, nuevamente, el temor nuclear: el complejo Fukushima Dai-ichi, uno de los de mayor potencia instalada del mundo, tenía serios inconvenientes para refrigerar el núcleo de uno de sus reactores ya que la ola gigante había arrasado con el sistema de refrigeración instalado fuera del edificio de contención y que no tenía muro de protección contra tsunamis.

En junio de 2011 se informó que los tres reactores activos al momento del hecho habían sufrido la fusión de sus núcleos. Como consecuencia de eso, se fue liberando contaminación radioactiva, a veces en forma voluntaria por parte de los técnicos y otras, como filtración indeseada por las grietas que se hicieron en la base del edificio. Los principales elementos radiactivos vertidos son yodo-131, cesio-137 y cesio-134. De estos, el cesio-137 tiene un período de semidesintegración de 30 años.

Las opiniones no tardaron en llegar y muchos criticaron que, siendo Japón un país que había sufrido la feroz potencia de dos bombas nucleares, eligiera esta alternativa para abastecer casi el 30 por ciento de su consumo eléctrico.

En este sentido, Japón tiene 54 reactores y es el tercer país del mundo en el ranking de potencia instalada eléctrica de origen nuclear, tras EE.UU. y Francia.

Los daños del accidente de Fukushima -considerada de nivel 6- fueron, sin embargo, mucho menores a los producidos por el incidente de Chernobyl. En comparación con aquél, se reportaron sólo dos muertes directas y una decena de personas afectadas por la radiación.

Los niveles de contaminación radiactiva, aunque mayores a los que se emite allí como radiación natural, siguen por debajo de los admitidos a nivel internacional para un accidente nuclear.

Central nuclear y bomba nuclear

¿Una central nuclear es sinónimo de bomba atómica? “Claramente, no”, explica Mario Mariscotti, Doctor en física nuclear, ex investigador del Centro Nacional de Energía Atómica (CNEA) y autor del libro “El secreto atómico de Huemul”, que explora la historia del nacimiento del desarrollo nuclear argentino.

“En una bomba atómica, el proceso de fisión nuclear es más veloz y la reacción se produce en un tiempo mucho más corto”, explica. “De hecho –completa- el combustible utilizado en las centrales nucleares es de uranio enriquecido en un 3%, mientras que en una bomba atómica se utiliza un nivel de enriquecimiento del 95%”.

Sin embargo, admite que el principio es el mismo y su consecuencia radiactiva ante un eventual accidente, aunque muchísimo menor, también. Teniendo en cuenta estos riesgos, muchos se preguntan porqué se sigue apostando a la energía nuclear.

Las centrales nucleares aparecen, por primera vez, como opción para la generación eléctrica, en 1954. El crecimiento, al principio fue gradual, pero tomó mayor fuerza a partir de los años 70’s, tras la crisis del petróleo y apoyado en los daños al medioambiente por las emisiones de dióxido de carbono y del “efecto invernadero” de las centrales térmicas tradicionales.

Rolando Granada, doctor en Física, especialista en Gestión Ambiental, investigador de la CNEA y del CONICET, además de docente de la Universidad de Cuyo y del Instituto Balseiro, explica a la Agencia CTyS que “el efecto invernadero es el sobrecalentamiento de la superficie terrestre debido al incremento de la cantidad de energía solar que queda atrapada por la atmósfera, a causa de determinados gases, cuya presencia y proporción han sido modificadas por la actividad humana”.

En este sentido, según la Organización Meteorológica Mundial, la concentración de CO2 atmosférico se ha incrementado desde la época preindustrial (año 1.750) desde un valor de 280 ppm a 379 ppm en 2005.

“Hemos convertido a nuestra atmósfera en un basurero planetario, y los efectos se están manifestando en la frecuencia creciente de fenómenos climatológicos devastadores”, sentencia Granada.

Los gases de efecto invernadero más importantes son el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4), el óxido de nitrógeno (NOx), los clorofluorocarbonos (CFC), el dióxido de azufre (SO2) y el hexafluoruro de azufre (SF6).

Los combustibles fósiles (carbón, gas natural, gas oil y fuel oil, entre otros), además de CO2, producen una amplia serie de contaminantes tóxicos. Entre ellos, el SO2 y el NOx, que son los principales responsables de la lluvia ácida y provienen, en su mayor parte, de la combustión en centrales térmicas y de las refinerías.

Al respecto, el Dr. Granada aclara que las centrales nucleares no emiten gases que provoquen el calentamiento global. Sus emisiones gaseosas y líquidas están supervisadas por la Autoridad Regulatoria Nuclear y están reducidas a valores inferiores a límites que garantizan su inocuidad.

Por este motivo, para el Dr. Granada no hay dudas: “La energía nuclear y las renovables deben ser conjuntamente visualizadas como elementos indispensables para satisfacer las demandas mundiales inmensas de energía limpia”.

Por su parte, el Dr. Montenegro, biólogo ambientalista, docente de la Universidad Nacional de Córdoba, presidente de FUNAM y Premio Nobel Alternativo 2004 (RLA, Estocolmo, Suecia), considera que estos beneficios no justifican el uso de la energía nuclear por la contaminación que generan los desechos radiactivos y su perdurabilidad a través del tiempo y el consecuente riesgo de accidentes como los ocurridos en Chernobyl o en Fukushima.

Las decisiones que se tomaron en Europa como consecuencia de Fukushima parecen coincidir parcialmente con estos dos expertos ya que si bien se ordenó una seria revisión de cada Central Nuclear y la paralización de todos los proyectos futuros proyectos de este tipo, no se optó por desmantelar ninguna de ellas.