El ADN del cabello: secretos, diversidad genética y desigualdad algorítmica
Un consorcio científico internacional, junto al programa nacional PoblAr, busca revertir décadas de estudios sesgados y revelar qué dice realmente el cabello sobre la identidad latinoamericana, la historia evolutiva y las desigualdades científicas. Por qué el pelo es un símbolo cultural y qué líneas de trabajo se están llevando a cabo en la industria cosmética y en el ámbito forense.
Magalí de Diego (Agencia CTyS-UNLaM) - En las peluquerías, en los espejos del baño, en los posteos de Instagram, el cabello siempre está diciendo algo. Largo, corto, teñido, con rulos o lacio como tabla, es mucho más que una cuestión estética. Es una carta de presentación, una construcción cultural y también una expresión biológica que guarda información sobre nuestro pasado evolutivo.
Aunque lo toquemos todos los días, aunque lo cepillemos o lo cambiemos con tinturas y tratamientos, sabemos muy poco sobre qué lo define en términos genéticos. ¿Por qué tenemos rulos? ¿Por qué salen canas? ¿Por qué algunas personas pierden el pelo más temprano que otras? La ciencia puede ofrecer respuestas, aunque muchas veces no incluyan las particularidades de los latinoamericanos.
Así lo explica a la Agencia CTyS-UNLaM el investigador del CONICET Rolando González-José, director del programa PoblAr (Programa Nacional de Referencia y Biobanco Genómico de la Población Argentina) y uno de los referentes del Consorcio CANDELA (Consorcio para el Análisis de la Diversidad y Evolución de Latinoamérica): “Durante décadas, los grandes estudios genéticos se hicieron casi exclusivamente en poblaciones europeas. Nosotros colaboramos con ellos, pero sin diseñar nuestros propios biobancos, sin fijar nuestros objetivos científicos. Eso genera un sesgo que se traduce en desconocimiento sobre nuestra propia diversidad genética”.
PoblAr busca construir un mapa genético representativo de la diversidad del país, con criterios éticos y de soberanía científica. Su aporte es clave para generar datos propios, evitar sesgos coloniales en la ciencia y comprender cómo se expresa la herencia genética en características como la forma, textura y color del cabello en las poblaciones latinoamericanas.
El genoma latinoamericano y la forma del cabello
Con el objetivo de reducir esa brecha, el Consorcio CANDELA inició un muestreo sin precedentes en América Latina. Recolectaron 7500 muestras en Perú, Brasil, Chile, México y Colombia y revelaron no solo el ADN de cada persona, sino también sus rasgos físicos: color de ojos, de piel, de cabello y forma capilar.
“La muestra sigue siendo la más importante de latinoamericanos mestizos que combina información genómica y fenotípica”, señala González-José. A partir de ese trabajo, se pudo comprobar, por ejemplo, que los genes relacionados con la forma del cabello son distintos entre regiones.
En poblaciones asiáticas y nativoamericanas predomina la variante del gen EDAR, que se asocia con cabellos lacios. En cambio, otras variantes del gen TCHH aparecen más vinculadas al cabello ondulado o rizado. Y en poblaciones africanas, ciertos genes explican la forma rizada en espiral, conocida como curly.
Además, el estudio permitió detectar nuevos marcadores genéticos específicos en poblaciones latinoamericanas. Uno de ellos es el gen Q30R, involucrado en una enzima que modifica el funcionamiento del folículo capilar, donde se define buena parte del color, la textura y el crecimiento del cabello.
Eumelanina, feomelanina y las canas
El color del pelo depende de dos tipos de melaninas: la eumelanina -negro y castaño- y la feomelanina -rubio y pelirrojo-. La proporción entre ambas y su distribución dentro del folículo piloso determina el tono final. Cuando la producción de melanina disminuye, aparecen las canas.
“El encanecimiento tiene base genética. Lo que se está intentando en la industria cosmética es frenar el efecto de esos genes, para evitar que el cabello pierda color. Es decir, no teñirlo, sino ralentizar el proceso que causa las canas”, explica el investigador.
Entre lo biológico y lo social
El cabello no es solo una característica anatómica. Es también un símbolo cultural y un mediador social. “Si no, no existirían las peluquerías”, bromea González-José. Cambiar el color, la forma, el largo o el estilo tiene implicancias identitarias. Y como toda marca biológica, puede ser exaltada o estigmatizada.
“Ahora los rulos están de moda y es interesantísimo porque es un rasgo puramente biológico, pero con una importancia social enorme. La cultura puede resignificarlo, aceptarlo o rechazarlo, pero la base genética está ahí”, insiste el investigador.
En ese cruce entre lo natural y lo aprendido, la evolución también tiene algo que decir. ¿Por qué los humanos perdimos el vello corporal? ¿Qué sentido tiene poseer pelo solo en la cabeza o en la cara? Según el investigador, existen teorías -imposibles de comprobar del todo- que vinculan la pérdida de pelo con la bipedestación y la termorregulación en ambientes cálidos. Pero no hay rastros fósiles que conserven la distribución del cabello. Son hipótesis que se sostienen desde la biología evolutiva, pero sin pruebas directas.
Del laboratorio a la escena del crimen
Además de las aplicaciones cosméticas, los estudios sobre genética del cabello tienen un enorme potencial en investigaciones forenses. La idea de reconstruir rasgos físicos a partir de restos genéticos no es solo ciencia ficción. De hecho, ya se están usando algoritmos de inteligencia artificial para reconstruir rostros basados en ADN.
Esta línea de trabajo se conoce como fenotipado del ADN y consiste en reconstruir aspectos físicos de una persona -(como el color del cabello-) a partir de una muestra genética, sin contar con testigos ni registros visuales.
“En el caso de rasgos como el pelo rojo o los ojos claros, donde la base genética es bien conocida, se pueden hacer predicciones con bastante confianza. Pero en otros rasgos y en poblaciones subrepresentadas, los márgenes de error aumentan”, advierte González-José. Por eso insiste en que “alimentar los algoritmos de inteligencia artificial con datos sesgados es un error estratégico”.
González-José advierte que el desafío es doble. “Por un lado, necesitamos información más representativa de nuestras poblaciones. Por otro, hay un debate ético y jurídico sobre el uso de estos datos- analiza el científico-. ¿Qué peso probatorio tiene una predicción genética en un juicio penal? ¿Qué margen de error estamos dispuestos a aceptar?”.
En países como México, con miles de desapariciones forzadas y fosas comunes, esta tecnología puede ser clave para identificar víctimas. “Es una prioridad nacional. Por eso invierten en ciencia aplicada al ámbito forense. Nosotros en Argentina, con el programa PoblAr, estamos trabajando en otro tipo de biobanco, más enfocado en generar información que potencie las investigaciones sobre enfermedades complejas o enfermedades poco frecuentes. Pero la plataforma está pensada para que en el futuro podamos incluir otros tipos de rasgos biológicos y no biológicos también”, indica.
Una cuestión de soberanía científica
“Durante mucho tiempo, los objetivos de investigación se fijaban desde el hemisferio norte. Ahora, aunque tengamos menos presupuesto, menos apoyo, menos institucionalidad, tenemos que seguir generando nuestras propias bases de datos. Si no lo hacemos nosotros, nadie lo va a hacer”, cierra el investigador del CONICET.