"La filosofía siempre estuvo vinculada a proyectos de poder"

Doctor en Filosofía e investigador y docente de la UNLaM, Esteban Mizrahi pone bajo la lupa el rol de los intelectuales, analiza las estrategias de la filosofía para la divulgación y pone en perspectiva la educación superior en Argentina respecto a otros países.

Nicolás Camargo Lescano (Agencia CTyS)- “El fenómeno del cuerpo hablando como algo insustituible se puede ver en las aulas. Alguien que esté presente ahí mismo, mirándote, hablándote específicamente a vos, hace que el proceso tenga otro sentido”, afirmará más tarde Esteban Mizrahi, al ser consultado por las ventajas (y desventajas) que proporcionan las tecnologías en materia de comunicación audiovisual.

Docente de la Universidad Nacional de La Matanza desde 2001, Mizrahi puede dar cuenta del complejo y enriquecedor proceso de enseñanza en el ámbito universitario. El rol de los intelectuales, los desafíos de mantener la inclusión sin resignar el nivel académico y la función de las Ciencias Sociales fueron algunas de las cuestiones que el Doctor en Filosofía e investigador analizó en diálogo con la Agencia CTyS.

¿Cuál ha sido el rol de los intelectuales en estos últimos años en el escenario político de la Argentina?

Vivimos una época que tiene cierta especificidad, la cual puede ser vinculada con momentos puntuales del pasado. Los intelectuales siempre han trabajado con el par apariencia verdad/apariencia realidad. El intelectual, sobre todo el intelectual crítico, trata de desenmascarar los discursos ideológicos que enmascaran la realidad. Ahora bien, para poder realizar esta operación es necesario encontrar un parámetro de objetividad, ya que de lo contrario no se puede distinguir entre una verdad y una mera opinión. Si una de las posibilidades del pensamiento crítico es disolver la doxa, la opinión no fundamentada, es necesario construir un aparato que funde objetividad. La complejidad en las sociedades de masas es tal que la figura del intelectual como alguien que pueda diseñar un aparato teórico para construir un mínimo de objetividad y en función de eso desenmascarar determinados discursos ideológicos no es posible.

Y en este contexto, ¿qué rol le quedan a las Ciencias Sociales y Humanidades? ¿Cuáles son los objetivos y obstáculos a los que se enfrenta?

Las Ciencias Sociales tienen una función muy importante, que es la pregunta por el sentido. La filosofía tiene un rol central en este aspecto. Todas las tecnologías pueden resolver el “cómo” pero no el “por qué”. Ninguna tecnología te dice si está bien o está mal la acción, o cuál es el sentido de su uso. Tanto la filosofía como las Ciencias Sociales tienen mucho para hacer, en una sociedad que va dejando de lado la pregunta por el sentido. La gente va detrás de ofertas que prometen felicidad. El mercado publicitario dice que, si sos mujer, sos delgada y con determinadas características físicas, vas a ser feliz. Ahora bien, las mujeres que presentan como modelos de lo que se debe ser no son felices, porque viven presas de su figura, le tienen terror al envejecimiento. Y ni siquiera ellas son así, ya que sus imágenes son retocadas y editadas para convertirlas en algo que no son. Luego el mercado pone como modelo a esas mujeres, haciendo infelices al 99,9 por ciento restante. Lo mismo pasa con los modelos de autos y otras cuestiones más. De este modo, la pregunta por el sentido, que es una pregunta clave, es dejada de lado: qué sentido quiero yo para mi vida, cómo quiero vivirla, etc.

En los últimos años hubo un crecimiento en lo que se refiere a la divulgación científica. ¿Cómo se ha adaptado a este fenómeno la filosofía?

El programa Mentira la verdad, conducido por Darío Sztajnszrajber, es un ejemplo muy interesante, en este sentido. La peculiaridad de la filosofía, en materia de divulgación, es que si uno reduce la filosofía a ejemplos cotidianos y no se toma el tiempo para desarrollar argumentos, se convierte en algo completamente trivializado. La divulgación siempre supone una reducción de la complejidad, pero cuando uno simplifica demasiado, corre el riesgo de decir claramente otra cosa. El dispositivo audiovisual, en general, opera por fracturas, es discontinuo. La filosofía, en cambio, es un producto del logos, de la palabra, del discurso racional y argumentado. Esto requiere de cierto tiempo para la lectura o la conversación que, en el discurso audiovisual, es insostenible.

¿Y si se optaran por otros canales de divulgación, en lugar del aparato audiovisual?

Es que hay algo de la presencia de un cuerpo que habla que no puede ser reemplazado por la mediatización de ese cuerpo hablando. Hay videos de grandes filósofos hablando, como Jürgen Habermas o Gilles Deleuze, pero es muy difícil mantener la atención, incluso cuando te interesa. Ahora, si estuviera Deleuze acá me quedo escuchándolo toda la vida. Ese fenómeno del cuerpo hablando como algo insustituible se puede ver en las aulas. Uno podría grabar los teóricos para que se pasen en videos para las clases y después ir en horarios de consulta. El discurso es el mismo, el tiempo también. Pero alguien que esté presente ahí mismo, mirándote, hablándote específicamente a vos, hace que el proceso tenga otro sentido. La filosofía conserva mucho de esto. En todo caso, un canal de mediatización muy viable para la filosofía es la lectura, ya que el filósofo escribe para sus lectores, para cada uno de sus lectores, y el lector piensa que le está hablando a él.

¿Cómo ve actualmente a la filosofía en el país? ¿Se sigue con la mirada puesta en Europa o se integra a filósofos argentinos en los programas?

Hay un problema: no existen los filósofos argentinos, ni creo que vayan a existir. Cuando hablo de filósofos, me refiero a alguien que tiene un pensamiento propio desarrollado, que produce teoría filosófica. Y no existe ni en Argentina ni en América Latina. Hay algo muy notable en este sentido: si uno mira la historia de Occidente, salvo el caso de Søren Kierkegaard, filósofo danés, siempre la filosofía estuvo emparentada con proyectos del poder. Nace en Atenas, que era la capital y cuna de la democracia; crece con San Agustín en Roma; durante todo el Medioevo se desarrolló en la Iglesia; en el Renacimiento, aparece Maquiavelo; luego llega la Revolución Francesa y luego en Prusia, con Federico el Grande, Karl Marx, etc. La filosofía siempre estuvo vinculada a proyectos hegemónicos de poder.

¿Y esto a qué obedece?

A que lo que le aporta este proyecto de poder a la filosofía es el empoderamiento de la palabra del otro: “a mí me interesa lo que vos pensás, no me interesa cuánto leíste”. Para poder desarrollar un pensamiento es necesario de un conciudadano que necesite escuchar, que esté atento a lo que vos querés decir. Ese diálogo auténtico en el marco de un proyecto de poder es lo que provoca la emergencia de un pensamiento. Cuando no hay comunidad, cuando no hay un proyecto enfático de poder, cuando no hay necesidad de escuchar que es lo que piensa el otro, entonces no hay posibilidad de pensar. Lo que sí hay es transmisión cultural, apropiaciones y adaptaciones. Eso es algo muy importante, que no opera automáticamente, pero es lo único posible en este momento.

¿Qué análisis hace sobre la educación superior en la Argentina, con respecto a las universidades de otros países?

En Argentina hay una excelente formación universitaria. El nivel de formación que tienen nuestros graduados es equiparable a los de cualquier centro de poder mundial. En general, los buenos graduados argentinos pueden desempeñarse y son requeridos en cualquier lado, están formados igual o mejor que muchos de los mejores formados de las universidades europeas. En lo que hay un enorme déficit es en la producción teórica y en la producción de investigación. El prestigio de una universidad se ve en la capacidad teórica de sus graduados: cómo pueden investigar, cómo pueden publicar, cómo pueden escribir, ahí está la gran deuda, me parece. Ese es un indicador de calidad, mundialmente reconocido, y nuestros graduados están en condiciones de hacerlo.

¿Cómo se sortea el desafío generar una alta inclusión y al mismo tiempo mantener el nivel académico?

En principio, es imposible estudiar en la Universidad sin la garantía de determinadas condiciones básicas, sin tener un piso de estudio y un timing de lectura. Ni que hablar si uno no tiene una vivienda relativamente segura, un plato de comida relativamente asegurado. Si uno come salteado, si uno vive en un lugar donde se inunda permanentemente, por muy inclusiva que sea la universidad es muy difícil que un aparato psíquico pueda concentrarse lo suficiente para tomar clases, para estudiar. Eso debe ser tarea del Estado, que debe generar políticas activas. Ahora bien, con respecto a los que lograron acceder a ese piso mínimo de condición de educación superior, la universidad debe hacer un enorme esfuerzo para retenerlos.

¿Y cómo ve a la UNLaM en este sentido?

La UNLaM es un ejemplo en política de retención del alumnado. Por la calidad de las aulas, de los docentes, por el programa de tutorías, por las actividades del Centro de Estudiantes, por la limpieza, por el cuidado general de los baños, las becas a los estudiantes en material de estudio, etc. Todo eso confluye y genera una pertenencia a una comunidad. Es algo muy difícil de explicar, que existe o no existe. Es mágico, no hay recetas. Y si bien se logró una excelencia académica muy grande a partir de la transferencia de conocimiento y en la formación de graduados que son muy buenos en lo que hacen, esos mismos graduados pueden y deben investigar. Ser universitario no es solamente aprender un oficio, sino también estar en condiciones de hacer un aporte intelectual teórico al campo disciplinario donde esté inserto.

Esteban Mizrahi es Doctor en Filosofía por la Universidad del Salvador. Tiene una especialización en Filosofía Práctica y Ciencia Política en la Universidad de Münster (Alemania). Además, es profesor titular de Filosofía del Derecho en el Departamento de Derecho y Ciencias Políticas y de Filosofía en el Departamento de Humanidades y Ciencias Sociales de la UNLaM. Publicó Teorías filosóficas de la propiedad (compilador junto a Margarita Costa, 1997), La reforma política argentina (compilador, 2002),Una teoría hegeliana de la justicia (2009), Cine condicionado por el mundo contemporáneo (compilador, 2011) y Los presupuestos filosóficos del derecho penal contemporáneo (2012).