Una herencia demasiado pesada

En plena gestión de su tercera presidencia, el líder popular fallecía sin dejar herederos y con un panorama político complejo. Tres destacados historiadores analizan su legado y responden si hubo o no responsabilidad en los caóticos años que siguieron, marcados por un clima social cada vez más violento y con la llegada de un nuevo golpe de Estado.

Nicolás Camargo Lescano (Agencia CTyS)- Pocos imaginaban un final así. El padre y gestor de un movimiento que cambiaría para siempre el curso de la política argentina, el líder popular que tendría una década en el poder y al que luego la dictadura lo expulsaría durante 18 años, moría durante su tercera presidencia dejando interrogantes tan grandes como el vacío político que había provocado su desaparición.

A 40 años del fallecimiento de Juan Domingo Perón, los análisis y debates acerca de las consecuencias de sus decisiones en el gobierno y de su tan controvertida “herencia política” parecen no tener fin. En diálogo con la Agencia CTyS, tres destacados historiadores ponen bajo la lupa la gestión del líder en su tercera presidencia (1973-1974) y los intentos de unir a un peronismo dividido. ¿Fue o no responsable Perón de los caóticos años que siguieron a su muerte y que encontraron su punto más crítico con un nuevo golpe de Estado?

1955-1973: mismo paisaje, distinta realidad

Para abordar esta cuestión, es necesario situarse en el contexto político y social que vivía la Argentina al momento del regreso de Perón, tras 18 años de exilio y proscripción política del Peronismo. Cabe recordar que el segundo gobierno de Perón había sido derrocado por un golpe militar el 16 de setiembre de 1955 y desde entonces las Fuerzas Armadas asumieron el control político del país.

“Perón encuentra una realidad nueva aquí, es importante pensar que llega a un país muy distinto del que dejó”, explica el historiador Honorio Díaz, y da como ejemplo el caso de la Iglesia “que antes apoyaba de forma casi masiva a Perón y que en ese momento se encontraba dividida”, o de los militares simpatizantes del Grupo de Oficiales Unidos (GOU), “que también apoyaban al peronismo en sus primeros gobiernos pero que ya habían sido desplazados de las fuerzas”.

Más allá de los apoyos de ciertos sectores, lo cierto es que el clima político y social era bien diferente. “Durante todos esos años, el peronismo había estado proscripto por las fuerzas militares”, recuerda el doctor en Historia Alberto Lettieri. “Frente a la imposibilidad de la participación concreta, se ve un incremento de la lucha armada, que era la manera de intervenir políticamente al cerrarse los canales de la participación política formal”, apunta el académico, actual director del Instituto de revisionismo histórico Manuel Dorrego.

Para Lettieri, este proceso resulta clave, ya que a partir de este escenario el peronismo “experimentó, sobre todo durante la década del ´60, un proceso de profunda diferenciación y fragmentación interna”. Por un lado, explica el historiador, se vio la consolidación de un sector sindical que intentaba generar un peronismo sin Perón, es decir, “construir un peronismo de base sindical que prescindiera de la figura de Perón o que solamente fuera un ícono que no tuviera injerencia política”.

A esta tendencia se le sumaba el peronismo tradicional y un nuevo segmento: el peronismo juvenil. "Este grupo- observa Lettieri- tiene una particularidad, y es que junto a los jóvenes que vienen de los sectores trabajadores surge un proceso de desplazamiento de hijos de las clases medias y clases altas que se incorporan al peronismo”.

En la misma línea, el historiador Hugo Chumbita indica que ese período de la historia argentina fue testigo “de una escisión por parte del peronismo entre lo que podemos llamar, de forma muy esquemática, la izquierda y la derecha. Es decir, los sectores más combativos que venían de la lucha contra la dictadura militar y los sectores que eran partidarios de una reforma moderada”.

La tensión en la sociedad a partir de los enfrentamientos armados era cada vez mayor, y parte del problema tenía su origen en la limitación política que sufría el peronismo de parte de las fuerzas militares. “A esto algunos lo han llamado el juego de lo imposible: no se puede construir la sociedad sin el peronismo pero no se está dispuesto a construirla con el peronismo”, explica Lettieri.

El desafío de unir para gobernar

Frente a este escenario, una de las cuestiones que se volvían cruciales para Perón era justamente tratar de reagrupar a un movimiento que parecía cada vez más dividido y cuyas diferencias parecían difíciles de superar.

Según Lettieri, la política de Perón de lograr consenso desde el exilio se convertía en un modelo imposible a la hora de llevarlo a la práctica en el gobierno. “En el exilio, Perón articula distintas vertientes o adapta sus discursos a la expectativa de sus interlocutores, dándole legitimidad a cada sector”, expone el historiador.

“Sin embargo -continúa-, este era un discurso que sólo podía sostenerse en la medida en que Perón no estuviera en el poder y no tuviera que tomar decisiones políticas concretas. Su problema es que, una vez en la gestión, Perón demuestra una gran dificultad para reelaborar un discurso que sea capaz de incluir a los jóvenes como un interlocutor más”.

Este desencuentro entre Perón y los jóvenes se reflejará, explica Lettieri, en aquel histórico acto del 1° de mayo, donde el líder del partido echa de Plaza de Mayo a la juventud militante. “El problema que Perón no logra resolver es el encuadramiento de los sectores juveniles y los sectores guerrilleros que no estaban dispuestos a alinearse en el sector que Perón preveía en un gobierno institucional”, aduce Chumbita.

Díaz, por su parte, señala que “según algunos testigos, luego de que los jóvenes se fueran de la Plaza, Perón dijo ´ya van a volver´. Pareciera que nunca había perdido la esperanza de mantenerlos en su movimiento”. Para el historiador de la UNLaM, además, se trató de un gran desencuentro entre el líder y la agrupación juvenil. “Por un lado, estaba la expectativa de Perón en conducirlos, que fracasó, y por el otro, estaba la expectativa del grupo de que Perón fuera su jefe revolucionario. Y Perón no fue un jefe socialista, fue un jefe popular, que es una cosa distinta”, aclara.

Al margen del desencuentro con los jóvenes, el líder del peronismo debió enfrentar las diferencias que había entre los sectores de izquierda y derecha de su partido. Al respecto, Díaz apunta que el punto de inflexión para que Perón decidiera por cuál sector inclinarse fue el asesinato de José Ignacio Rucci.

“Hasta último momento, Perón pensaba que iba a manejar las dos alas. Tenía la virtud de la conducción, tanto por su experiencia militar como por su experiencia política. De hecho, había llevado, en sus diez años anteriores en la presidencia, un gobierno y un partido con múltiples matices y una situación casi incuestionada sobre su conducción”, destaca el académico.

¿Cuál fue la respuesta ensayada por el presidente para obtener un orden interno? “Para dirimir las diferencias internas del peronismo-señala Lettieri-, la violencia iba a ser una clave determinante. Por esa razón, Perón intenta convertir al peronismo en un partido de Estado, incluyendo al resto de las fuerzas políticas y las fuerzas sociales dentro de su sistema de alianza.”

Es en este momento histórico, marca Lettieri, donde se produce el acercamiento con el líder radical Ricardo Balbín. “Esta reconciliación histórica buscaba tratar de generar un consenso sólido con sectores menos proclives a la violencia física concreta, para tratar de desplazar del centro de la escena a aquellos que recurrían a la violencia más concreta”.

Sin embargo, explica el académico, Balbín no aceptaría este diálogo. “En primer lugar, no acepta porque el radicalismo había sido uno de los beneficiarios de la política de exclusión del peronismo. En segundo lugar, al líder radical le quedaba claro que el radicalismo siempre había tenido enormes dificultades para relacionarse con la interna del peronismo”, añade.

La compañera Isabel

El fragmentado y dividido escenario que se planteaba dentro del peronismo es, para los historiadores, el factor que puede explicar la designación de María Estela Martínez de Perón como compañera de fórmula presidencial.

“Al igual que en otras oportunidades, al buscarse un compañero de fórmula se elegía un extrapartidario. ¿Quién representaba mejor a Perón que su propia esposa?, de alguna forma esa era la lógica”, detalla Lettieri.

En la misma sintonía, Díaz opina que Isabel “era un cero político, en el sentido de definir tendencia en una de las dos alas. Al elegir a su esposa, no está eligiendo ninguna de las dos tendencias”. El académico aclara, sin embargo, que el ciclo de los hechos “llevó a que la designación de su esposa como compañera de fórmula favoreciera al sector de la derecha, empujado por José López Rega”, secretario de Perón durante el exilio y luego ministro de Bienestar Social.

Chumbita, por su parte, cuenta que “en una correspondencia de Perón con uno de sus interlocutores, éste le dice: ´Los muchachos quieren que gobierne solo´. Quizás para Perón era una forma de tener más libres las manos y también el poder concentrado”.

Una presidencia fugaz y el vacío político

A las cuestiones políticas, sociales y económicas que enfrentaba el gobierno se le sumaba el delicado factor de la salud de Perón, quien tenía la edad de 78 años. La concentración del poder en el líder se convertiría en un problema a resolver con la muerte del jefe peronista, a solo 10 meses de haber asumido la máxima magistratura del país.

“Tal como algunos analistas opinan, quizás Perón se vio empujado por las circunstancias para tomar él las riendas de la presidencia. Y quizás fue un esfuerzo demasiado grande para un hombre de su edad. El ejercicio del cargo pudo haber acelerado su final”, analiza Chumbita.

Lettieri, por su parte, también señala el debilitado estado de salud de Perón. “Si bien tiene chispazos excepcionales, como el discurso de las Naciones Unidos en 1974, es una persona que está bastante limitada en sus capacidades físicas”.

Este delicado estado de salud desembocaría finalmente en la muerte del líder el 1° de julio de ese mismo año, a raíz de un paro cardíaco y luego de varios días de agonía. Pero, ¿es posible hablar de responsabilidad en todo el proceso político que siguió  a su muerte? “Tal vez la responsabilidad de Perón haya sido asumir la presidencia en condiciones de salud que no eran las adecuadas, y con la certeza de que no iba a poder terminar su período presidencial”, opina Lettieri.

“Si Perón no hubiera aceptado el desafío de la presidencia, seguramente las tensiones se hubieran radicalizado de igual manera, ya que los niveles de violencia que estaba experimentando la sociedad argentina eran muy marcados”, agrega.

Para Lettieri, en todo caso, Perón no fue capaz de arbitrar y resolver políticamente lo que había sido la disputa en términos de violencia armada, pero no considera que haya responsabilidad de Perón en la posterior dictadura. “Las fuerzas armadas, más allá de las decisiones que se tomaran, estaban determinadas a llevar adelante este proceso que iba a implicar poder llevar adelante con mucho menos cuidado una política de exterminio e imposición del modelo liberal”, explica.

Chumbita, por su parte, recuerda que en su último discurso el líder peronista planteó que su único heredero era el pueblo. “Uno puede pensar que él confiaba en una especie de autodepuración y auto organización del movimiento después de su desaparición. En todo caso, el error suyo fue no dejar otro sucesor que la vicepresidenta, que no era una mujer capacitada para esa posición".

Al igual que Chumbita, Díaz, quien apunta que las responsabilidades políticas “se terminan con la muerte de las personas” también hace hincapié en la falta de un heredero como una problemática del movimiento. “Un caudillo no puede elegir su heredero. Los movimientos populares tuvieron graves problemas al momento de la muerte de su líder, y el peronismo fue un ejemplo de ello. Se generan abismos tremendos con el deceso de líderes de semejante envergadura”, señala.

En lo referente a la posterior dictadura, Díaz expresa que, al complicarse la situación política con Isabel ocupando el poder Ejecutivo, “ninguno de los cuadros políticos movió un dedo para defender al gobierno”. “En todo caso-concluye-, si se puede hablar de responsabilidades de Perón también debemos hablar de responsabilidades del resto de los dirigentes políticos, e incluso de los empresarios”.