Voces en defensa de las Humanidades y las Sociales

Luego de la polémica por investigaciones del CONICET centradas en letras de Ricardo Arjona, la revista Billiken o el peronismo, científicos e investigadores defienden y debaten sobre la importancia de las ciencias humanísticas, el aporte que realizan a la sociedad y el rol de la mujer en la ciencia.

En las últimas semanas, distintos medios y redes sociales fueron eco las críticas y cuestionamientos a investigaciones de Ciencias Sociales y Humanidades surgidas desde el CONICET que tenían como objeto de estudio temas como películas infantiles, letras de canciones, procesos sociohistóricos o figuras políticas (Karl Marx, Juan Domingo Perón, Néstor Kirchner, etc). Cientistas sociales brindan sus perspectivas sobre esas críticas y defienden la importancia que sus disciplinas tienen para la sociedad. La doctora en Derecho Laura Saldivia, además, analiza el rol de la mujer en la ciencia y el impacto desigual que la política de reducción tiene sobre las mujeres.

Ezequiel Adamovsky

Investigador independiente del CONICET en el Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” (CONICET-UBA).

Las disciplinas sociales y humanísticas son centrales en la vida nacional. Generan datos básicos para entender qué está pasando (como los índices que miden la pobreza) y discusiones acerca de cómo mejorarlos. Por otra parte, aportan miradas críticas sobre las diversas formas de opresión, sobre las maneras en las que se organiza la violencia institucional, sobre los sesgos que vuelven injustas o ineficaces a las leyes, sobre las maneras de mejorar la representación política, sobre los modos en los que la cultura popular y la masiva transmiten visiones y estereotipos negativos sobre diversos grupos sociales, etc. La historia genera saberes sobre el pasado que alimentan los debates presentes sobre la identidad nacional y sobre el desarrollo futuro; la literatura y la antropología también contribuyen a nuestra comprensión de las formas de identidad y del funcionamiento de los vínculos entre las personas. Las aplicaciones son esas y muchas otras.

Todas estas disciplinas, además, aportan conceptos centrales para organizar los debates políticos, incluyendo algunos de los que utiliza el público general. Por ejemplo  "populismo", muy usado hoy, se difundió a partir de debates entre sociólogos y cientistas políticos. El término "clientelismo" se difundió en la Argentina a partir de investigaciones de antropólogos y de sociólogos como Javier Auyero.

A quienes no conocen cómo funciona la investigación en nuestras áreas puede parecer que las investigaciones de base que realizamos son irrelevantes. A alguien podría parecerle que estudiar las historietas de Fontanarrosa es una estupidez. Sin embargo, fue estudiándolas como Néstor García Canclini desarrolló sus ideas sobre la "hibridación cultural", que hoy son estudiadas en universidades de todo el mundo. Otro ejemplo: en estos días se difamó al CONICET porque una investigadora se dedica a estudiar la revista Billiken. Sin embargo, es un tema bastante importante porque, por ejemplo, permite entender cómo fueron cambiando a través del tiempo los modos en que pensamos como sociedad la niñez y, en base a eso, cómo encaramos cuestiones como la vida familiar o la educación. Billiken es la revista infantil más longeva del mundo. Es tan relevante que el AHRC (el CONICET británico) está actualmente financiando a una investigadora inglesa para que estudie justamente la revista Billiken.

Antonio Mangione
Docente de la Facultad de Ciencias Humanas, de la Universidad Nacional de San Luis.

Las Ciencias Sociales abordan problemáticas de relaciones humanas, entre seres humanos y entres seres humanos y otros objetos, eventos y otros seres. Las Ciencias Sociales son ciencias de vínculos. Todo país debe desarrollar las ciencias sociales. Es una forma de entenderse, de conocerse, es una forma de lograr identidad. De conocer como pensamos, como surgen los movimientos culturales, si los fenómenos políticos son locales, regionales o globales. Las ciencia sociales al igual que otras ciencias generan oportunidades de construir soberanía, solo que lo hacen a partir de construir y consolidar además su propia identidad. Las ciencias sociales nos permiten pensarnos.

Sebastián Pereyra

Doctor en Sociología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS-París). Investigador asistente del CONICET y docente en el IDAES-UNSAM.

La pregunta por la utilidad de las ciencias sociales encierra una trampa. Esa pregunta se formula estableciendo una comparación implícita con las ciencias naturales y con la dimensión de aplicación tecnológica que es intrínseca a dichas disciplinas. No obstante, lo propio de las ciencias sociales no es la técnica sino, por el contrario, la crítica y la reflexividad.

Las ciencias sociales pueden y han podido ofrecer herramientas para intervenir en distintas áreas de la vida social (diseño de políticas o de instituciones sociales). Podemos observar en la historia de la política laboral o la política social y ver que están indisociablemente ligadas al estudio de la cuestión social o los problemas sociales o, en el diseño de los modernos sistemas electorales, las estadísticas públicas, por citar sólo ejemplos muy evidentes. Sin embargo, los verdaderos aportes de las ciencias sociales a nuestro modo de vida se producen por otras vías y de acuerdo a otra lógica. Sin las ciencias sociales no estaríamos en condiciones de hablar del poder o la dominación; no podríamos entender cómo afectan a nuestra vida las desigualdades de clase o de género; no estaríamos en condiciones de hablar de funcionalidad y desviación o saber la importancia de los roles, las elites, los estigmas; cuál es la importancia y los desafíos que nos plantea el problema de la integración social y los múltiples efectos de la exclusión. Las ciencias sociales no pueden, ni deben, pensar su utilidad únicamente apelando a la metáfora de la ingeniería social. Su lugar y su importancia van más allá y más acá de las expectativas que esa metáfora lleva implícita. En ellas descansa la posibilidad de ampliar nuestra mirada sobre nuestros modos de vida en común y, fundamentalmente, mantener viva nuestra búsqueda de horizontes para mejorarla.

Laura Saldivia

Doctora en Derecho de la Universidad de Yale. Docente de la UNLaM, de la Universidad Nacional de General Sarmiento y de la Universidad de Palermo.

A principios de diciembre el Ministro de la cartera de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Lino Barañao, anunció un recorte del 60% del ingreso de científicos al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Este organismo cuenta con 9.200 investigadores y 10.000 becarios. De este modo, la efectivización del recorte propuesto implicaría dejar sin trabajo a 500 investigadores. A este contexto cabe agregar que en el presupuesto nacional aprobado por el Congreso para 2017, Ciencia y Técnica sufrió una disminución del 18% respecto del presupuesto para el año anterior.

Estas medidas provocaron en la comunidad científica argentina una importante movilización con el correlativo cuestionamiento de las consecuencias que se siguen de dichos recortes, cuestionamiento apenas descomprimido por un acuerdo firmado entre las autoridades del Ministerio y los manifestantes que ocuparon el playón del Polo Científico y Tecnológico para hacer oír reclamos en contra de la política restrictiva en el área de ciencia y tecnología.

Por supuesto, la reducción del presupuesto e investigadores en ciencia y tecnología discurre principalmente por distintas miradas políticas respecto del crecimiento futuro del sistema científico y su vinculación con una sociedad más igualitaria. En esta nota quiero destacar un tema que ha sido en gran medida soslayado en esta discusión: el impacto desigual que la política de reducción tiene sobre las mujeres.

Tal como indica Carolina Spataro en su nota “Platos Sucios” (Suplemento Las 12, 4/11/2016), en la Argentina seis de cada diez becarios del Conicet son mujeres (60 por ciento de los 11.444 becarios del Conicet son mujeres). Entre los años 2003 y 2014 las investigadoras aumentaron un 171 por ciento, lo que implica un avance destacado para el impulso del desarrollo nacional con inclusión de género. Por su parte, respecto de la carrera de investigador del Conicet el 53 por ciento de los 9.668 integrantes son científicas.

El recorte proyectado en CyT sin dudas afectará a las mujeres investigadoras ya que ingresarán menos mujeres al sistema de investigación y en consecuencia, a la investigación en materia de género. Todo esto también impacta de manera negativa en la protección de los derechos de las mujeres ya que toda elaboración de política pública seria en materia de género requiere de la investigación científica previa en dicho campo. Este impacto negativo respecto de la presencia de mujeres investigadoras y en lo que respecta al objeto de su producción, retrasaría importantes avances que en los últimos años se produjeron en CyT y género. Finalmente, a todo esto cabe agregar otro dato desalentador: ninguna autoridad jerárquica del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva es mujer.

Guillermo Folguera

Doctor en Ciencias Biológicas y Licenciado en Filosofía

En los últimos días, en plena toma del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (Mincyt) en manos de diferentes actores sociales cercanos a CONICET, se inició una campaña en diferentes redes sociales. Dicha campaña tiene como objetivo principal ridiculizar algunas investigaciones de las ciencias sociales y las humanidades realizadas por investigadores/as de CONICET. En este manuscrito pretendo realizar algunos aportes al respecto, no sólo con vistas a comprender mejor lo ocurrido, sino también para poder sacar provecho de este tipo de escenario y mejorar entonces nuestra actividad académica. Para ello, utilizaré como material de análisis “Las 20 peores “investigaciones científicas” del Conicet” y marcaré cinco elementos respecto a los ataques que considero fundamentales (para continuar leyendo este artículo ingrese al siguiente link).

Félix Acuto

Doctor en Antropología, investigador adjunto del CONICET y docente de la UNLaM

Generalmente, cuando hablamos de ciencia y conocimiento científico, lo primero que nos viene a la mente son personas con guardapolvos haciendo observaciones detrás de microscopios (u otras tecnologías de laboratorio) o empleando complejas formulaciones matemáticas que den cuenta de manera abstracta de procesos y fenómenos que ocurren en algún rincón del mundo natural. Raramente, en el imaginario social, se suelen pensar a las ciencias sociales y las humanidades como parte del campo científico, y mucho menos se piensa en su utilidad para develar enigmas y resolver problemas.

Pero entonces, ¿cuál es el aporte de las ciencias sociales y las humanidades a la sociedad y las personas? Si bien esto merece una discusión mucho más extensa, se podría decir que son dos los principales aportes que disciplinas como las historia, sociología, ciencia política, ciencias de la educación, filosofía y antropología realizan. En primer lugar, generan un pensamiento crítico y reflexivo a través del cual podemos entender mejor el mundo que nos rodea y, así, tomar mejores decisiones. Nuestras vidas están influenciadas por el contexto socio-histórico en el que vivimos, y conocer este contexto y su dinámica, nos permite desarrollarnos como seres informados y críticos. En segundo lugar, el conocimiento que generan estas disciplinas está directamente ligado a las políticas públicas que se decidan llevar a cabo desde los estados (o al menos, debería estarlo). Desde la formación de la sociedad moderna y de los estados modernos, las decisiones se han intentado tomar en base a uno conocimiento sistemático y profundo, y no en base a la improvisación, las emociones o el sentido común. Un cambio en planes educativos no se produce por generación espontánea, sino que es producto de personas especializadas en el tema que discuten y llegan a acuerdos.

En pocas palabras, las ciencias sociales y las humanidades importan y mucho. Conocer nuestra historia y entender a nuestra sociedad, nos emancipa. Nos permite reclamar cuando nos estafan e intentar llevar adelante cambios colectivos cuando las cosas no funcionan.