"Una compañera con todas las letras y una gran profesora"

Adriana Callegaro, docente de la UNLaM, recuerda a su compañera y amiga María Motta, también profesora e investigadora de esta Universidad y fallecida recientemente a raíz de una enfermedad.

Por Adriana Callegaro (especial para Agencia CTyS)- Maria Antonia Motta, Marian, como le decíamos todos. Cuando te fuimos a visitar, hace un mes,  al sanatorio donde esperabas, resignada pero tranquila, que se cumpliera la “fecha de vencimiento”, como dijiste, se desplegó en mi memoria toda la película de la que vos y yo habíamos sido  protagonistas (más vos que yo).

Nos vi, entonces, sentadas en algún aula de la Facultad de Filosofía y Letras, compartiendo la cursada de  alguna de las últimas materias de la carrera. No éramos amigas ni cercanas, todavía. Pero el tiempo y las primeras lides docentes nos encontraron en una escuela secundaria de la Provincia de Buenos Aires, la Escuela Media 6, que, por su proyecto piloto, nos había elegido, junto a otras profesoras jóvenes como nosotras, para probar nuestro entusiasmo y nuestras ganas de enseñar a leer, a escribir y a disfrutar de la literatura.

Enseguida vino la propuesta de enseñar en la Universidad. Esta vez, en equipo, imaginamos juntas contenidos, textos, análisis, interpretaciones de Literatura para futuros licenciados en Turismo de la Universidad de Morón. Como siempre, nos arreglábamos solas: buscábamos, leíamos, compartíamos versiones, y nos acompañábamos siempre. Un café antes o después de la clase para seguir armando recursos, trabajos prácticos, descubrir intertextualidades y recorrer la literatura como un tejido en donde, como decía Borges, una frase tenía ecos de otras miles.

Y, mientras me contabas, entusiasmada, que estabas leyendo  a Benjamin y a Habermas, llegamos a la Universidad Nacional de La Matanza, junto a Eduardo Romano, para formar el equipo de Semiótica, uno de los desafíos más apasionantes. Éramos unos cuantos, entonces. Pero las dos, dueñas de las comisiones de la Noche, viajábamos juntas, de ida y de vuelta, y nos reíamos de los ejemplos que se nos ocurrían, anotábamos ejercicios posibles, disfrutábamos de las clases y, creo, logramos contagiar a los alumnos esa fascinación que nos provocaba pensar más allá de los textos, desvestir párrafos enteros y desenmascarar al autor y su lugarteniente.

Compartimos un Congreso de Comunicación en Mendoza y disfrutamos del vino. Integramos un equipo de investigación y escribimos juntas mientras tomábamos mate. Un día te fuiste de la cátedra. Había otro lugar en donde seguirías siendo útil y, con la humildad y el perfil bajo que te gustaban, la armaste, buscaste la bibliografía y formaste gente con la pasión y la rigurosidad de la que nadie podía escapar al lado tuyo.

A veces nos cruzábamos, todavía, en los pasillos. Un día, después de mucho tiempo, te encontré. ¡Estabas tan linda con tu peluca oscura! Me contaste de tu lucha contra la enfermedad. Pero,  estabas tan segura de haberla vencido que tuve ganas de decirte que fuéramos a festejar con un brindis de vino tinto. Te fuiste, estabas cansada.

Quise recuperar cada uno de esos momentos, volver a vivirlos, volver a estar al lado tuyo, donde se sentía tu solidaridad, tu generosidad en todos sus aspectos, tu apoyo constante, tu constante valoración del otro.

Pedro Tur (¿te acordás? ¡Compañero nuestro en Morón!), decía que con la muerte no se puede dialogar. Es cierto, yo quiero dialogar otra vez con Marian, a quien podía decírselo todo, porque  ella siempre tenía algo, o mucho, para decirme, tranquilizarme, reconfortarme, cuidarme. Porque mis recuerdos atraviesan su muerte y me la traen viva y ocurrente como siempre. Porque estoy segura que estás del otro lado de esta página escuchándome, sonriéndote con picardía, pensando lo que vas a contestarme.

¿Sabés? Muchos de los que te conocían te recordaron con palabras justas. Ésas que no faltan cuando se trata de describir a alguien que, como vos, vivió sin reveses, sin dobles discursos, sin obsecuencias, como dijo Federico Arzeno. Una compañera con todas las letras, una profesora impecable, por tu amor al saber pero, además, por tu amor al género humano, tu respeto a alumnos y colegas, por tu humildad en tu grandeza.

Gracias, Marian. Gracias, compañera.