Profesiones, ¿qué ocurre después del primer diploma?

El mercado laboral y la complejidad de los estudios influyen en la elección de los estudiantes sobre las distintas opciones de posgrado. Las especializaciones ganan terreno frente a los doctorados, en los que la mayor dificultad recae en la poca práctica de los estudiantes en el hacer científico.

Carolina Vespasiano (Agencia CTyS-UNLaM) – Los posgrados son una instancia de formación relativamente nueva en Argentina. A partir de la Ley de Educación Superior, sancionada en 1994, este campo comenzó a expandirse por fuera de las carreras de Física, Matemática y Química —que ya contaban con una tradición en doctorados— para llegar a las ingenierías, a las ciencias humanas y a las sociales.

Las razones fueron diversas. Por un lado, la apertura de posgrados era una tendencia creciente en el contexto mundial. Por otro, la lógica de autofinanciamiento de estos estudios sumó, en un contexto de congelamiento presupuestario, una nueva fuente de recursos para las universidades.

El Doctor en Ciencias de la Educación, Fernando Nápoli, dialogó con Agencia CTyS-UNLaM sobre las tendencias en las carreras de posgrado, el peso de la situación macropolítica y la tensión con el sector empresarial que puja por configurar un modelo de profesional a su medida.

A más de dos décadas de desarrollo de posgrados, las carreras tradicionales (Medicina, Derecho, Economía) siguen aportando el mayor caudal de estudiantes a las carreras de posgrado frente a las ingenierías, disciplinas necesarias para el desarrollo tecnológico industrial local, pero que, según el especialista, no logran revertir la ecuación.

De los alumnos que continúan sus estudios después de la carrera de grado, la mayoría elige las especializaciones, en lugar de las maestrías y los doctorados. El anuario 2013 de Estadísticas Universitarias Argentinas muestra que, de los 9005 graduados de posgrado de ese año, el 64 por ciento correspondió a especializaciones, el 20 por ciento a doctorados y el 16 por ciento a maestrías.

“Las maestrías y los doctorados –explica el experto- no son de interés para el sector industrial porque responden a objetivos académicos. El mundo empresario necesita que la gente se actualice y optimice su formación en aspectos que tengan que ver con el campo profesional y eso se traduce en una mayor cantidad de especializaciones, por las posibilidades laborales que ofrecen”.

Es así que los estudiantes ponen en valor las cualidades competitivas que les otorgan estas modalidades de posgrado que, a su vez, son más cortas y no requieren de la elaboración de una tesis.

Los desafíos
Uno de los obstáculos que más dificultan la culminación de los posgrados —en especial, los que requieren un trabajo de investigación— es la falta de entrenamiento que tienen los alumnos en la elaboración de tesis. Una falencia que, según sostiene Nápoli, se arrastra de las carreras de grado que solo dan materias de metodología y elaboración del trabajo final en el último año.

Otro de los problemas que enfrentan los estudiantes tiene que ver con la escasez de becas de posgrado, por lo que la mayoría de los que eligen continuar sus estudios, lo hacen mientras trabajan, situación que extiende los tiempos de la cursada.

El último desafío radica en la relación entre las universidades y las empresas. Los resultados de las políticas en materia de educación tienden a observarse luego de largos periodos de tiempo. Los cambios en el mercado, por el contrario, tienen una lógica más flexible, que muta en plazos cortos y esa característica repercute en el perfil de profesional que se desea según la coyuntura.

De ahí que las formaciones superiores actúan como punto en común entre lo académico y el espacio laboral, pero sus intereses no siempre son compatibles. Más bien podrían resultar contradictorios si chocan con los postulados éticos y epistemológicos que propone la universidad.

“Una cuestión es entender y comprender ciertas demandas del mercado y otra cosa es que el mercado disponga cómo se debe educar. Cuando eso pasa, estamos haciendo adiestramiento pero no educación. Hay que escuchar lo que las tendencias de mercado evidencian pero no someterse a ellas”, sentencia el experto.

En ese sentido, remarca que las universidades cuentan con sus propias herramientas para dirigir los caminos que toma la educación superior. “Cada universidad –concluye- podría ser la gestora de modelos perfectamente humanizados y humanizantes, incluso en las ciencias más duras como Física, Matemáticas, Ingenierías y Biotecnologías. Esa es su responsabilidad”.