Ayer y hoy: las mujeres en la ciencia

Las mujeres científicas siguen aspirando a una relación más igualitaria con los hombres. Si bien hoy se registran significativos avances, todavía hay mucho camino por recorrer. Ejemplos emblemáticos y estudios estadísticos muestran la persistencia de la “discriminación jerárquica”.

María Laura Guevara (Agencia CTyS) - En el siglo XIX, y hasta comienzos del siglo XX, no era costumbre que las mujeres se dedicaran a la academia ni que permanecieran en instituciones educativas como las universidades.

En una sociedad política e ideológicamente masculina, las organizaciones científicas debían serlo también, y allí radicaba la segregación no explícita pero sí formal de las mujeres en la actividad científica.

Fueron muchas las que, durante años, tuvieron que luchar contra un sistema de concepción machista. Las mujeres que lograron superar las barreras hicieron historia y ocuparon el rol de referentes para aquellas científicas que, todavía hoy, aspiran a una relación más igualitaria entre hombres y mujeres.

Cecilia Grierson, la primera médica argentina, graduada en 1889, y fundadora de la Escuela de Enfermeras del Círculo Médico Argentino, sufrió el ridículo y el aislamiento en su paso por la Facultad de Medicina como la única estudiante mujer. Luego, tuvo que dar una prolongada batalla legal para poder practicar la medicina.

Esta mujer, que tuvo la audacia de ser la primera en obtener el título de médica cirujana, jamás pudo llegar a ser jefe de sala ni directora de algún hospital y, aunque intentó ingresar al profesorado de la Facultad,  tampoco se le permitió ejercer la docencia universitaria.

Otro ejemplo de científica destacada es Eugenia Sacerdote de Lusting, recientemente fallecida. Investigadora emérita del CONICET y de la UBA, fue quien introdujo por primera vez en el país la vacuna contra la poliomielitis que inoculó a  sus propios hijos.

Pero la desigualdad en términos de género es universal. “El año que Suecia gana el premio a mayor equidad en género, las mujeres del Instituto Karolinska denunciaron que para ocupar el mismo cargo que un hombre, debían tener un curriculum dos o tres veces superior”, relata la doctora Silvia Kochen, secretaria y miembro fundador de la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología (RAGCyT).

Según el GenTec, un trabajo de investigación impulsado por la UNESCO (http://www.oei.es/salactsi/DocNro8.pdf ), la mujer es admitida en la actividad científica como igual hasta que esa actividad se institucionaliza y profesionaliza. Por ende, se cae en una situación en la que el papel de una mujer es inversamente proporcional al prestigio de esa actividad científica.

Las diferencias entre hombres y mujeres existen pero, al no ser palpables, se habla de discriminación jerárquica, es decir, no hay impedimentos para que las mujeres ingresen a las diferentes carreras universitarias, pero las desigualdades comienzan a notarse a medida que se asciende en los cargos: se topan con un “techo de cristal” y permanecen en los grados inferiores de la carrera, aunque posean las mismas credenciales que sus pares masculinos.

“El techo de cristal-comenta la doctora Kochen- representa el hecho que las mujeres somos mayoría en las categorías más bajas. A medida que se avanza, van cayendo de modo exponencial y los hombres van creciendo de forma exponencial. Esto lo vimos en el CONICET”.

Dentro de la carrera de investigador del CONICET, según informa el GenTec, casi un 70% de las mujeres ocupan los segmentos más bajos (adjunto y asistente), mientras que en el caso de los hombres, estos segmentos son ocupados por un 45%.

“La situación es diferente en distintos lugares del país donde, prácticamente, no hay mujeres. Buenos Aires, de alguna forma, tiene una proporción relativamente alta”, agrega Silvina Ponce Dawson,  doctora en Física de la Universidad de Buenos Aires e investigadora del CONICET.

Ellas sí, ellos no

La RAGCyT se ocupa de los temas de género en la ciencia desde su creación en 1995. En uno de esos primeros estudios estadísticos realizados lo primero que resaltó fueron las diferencias generacionales.

“Las mujeres que tenían entre 65 y 70 años habían tenido que optar: eran científicas o eran madres y esposas. A nuestra generación, entre cincuenta y sesenta años, no le había pasado lo mismo. Con mucha dificultad, pero podíamos ser mamás, estar enamoradas, si así lo queríamos, y además ser científicas”, destaca Silvia Kochen, quien también se desempeña como directora de la Liga Argentina Contra la Epilepsia.

Y, en este sentido, invita a reflexionar: “Para las mujeres que no queremos optar, el tiempo libre no existe. Sin embargo, es posible si existe una conciencia de género, si uno reconoce que esto es una cuestión de tipo social y cultural, y que no es un problema personal”.

Estudiar o investigar en el exterior puede ser de vital importancia para tener una carrera próspera en la investigación. Pero, siendo mujer, puede convertirse en un anhelo irrealizable o, por lo menos, un obstáculo a superar.

“A las mujeres que no tienen una pareja en el ámbito científico, les cuesta más irse al exterior. La mujer tiende a acompañar más al hombre en su desarrollo profesional y a sacrificar su propia carrera para acompañarlo, y al revés no es tan común. Entonces sucede que no tomamos las mismas oportunidades que los hombres”, sostiene Ponce Dawson.

Así, la decisión de formar una familia es crucial porque, en el caso de las mujeres, no es algo que sólo afecta su vida personal. En las primeras aproximaciones que la RAGCyT hizo sobre las diferencias de género, se encontraron con datos significativos.”En una misma categoría, la cantidad de mujeres solteras y sin hijos era muy superior a los hombres solteros y sin hijos”, ilustra Kochen.

¿Esto tiene alguna explicación? Si. En el CONICET, la institución científica más importante del país, hasta hace algunos años, las becarias no gozaban del derecho de tener licencia por maternidad. Y teniendo en cuenta que la edad fértil de la mujer coincide con el momento de desarrollo como becario, la elección forzada se hace presente, una vez más.

“Si tenías un director bueno, podías gozar de este derecho universal. Y sino, tenías que mentir, pero el CONICET como institución no lo permitía. Ahora sí, la mujer puede pedir, siendo becaria, una licencia por maternidad”, explica Kochen. 

Y en la educación también…

Aunque hoy, la concurrencia femenina en las instituciones de educación superior es igual o mayor que la masculina, sutiles diferencias siguen persistiendo en el tiempo. Hay disciplinas que por costumbre social son más feminizadas, como literatura o filosofía y letras, pero los cargos superiores siguen cooptados por los hombres.

 “En las facultades que son mayoritariamente de mujeres, los que dirigen las carreras son hombres. Y esto, por supuesto, tiene que ver con cuestiones de poder y de disputa de ese poder”, opina Silvia Kochen.

Sara Rietti, la primera química nuclear del país y jefa de gabinete de la Secretaría de Ciencia y Técnica en la gestión de Manuel Sadovsky durante el gobierno de Raúl Alfonsín,  pone en juego otras consideraciones.

“También se podría interpretar que las mujeres dejamos la competencia para los varones, que les dejamos las cosas más feas, las más duras. No es que nos las quitan, las cedemos”, reflexiona.

Según la investigación de la UNESCO, la participación femenina en el sistema universitario público del país, dentro del total de investigadores de máxima formación, sólo alcanza el 28%, pero en el más bajo, llega a un 62%.

“Yo soy la única profesora adjunta de neurología en la Facultad de Medicina de la UBA, una facultad absolutamente falocrática”, relata Kochen. “En el concurso por el puesto, a la única que le preguntaron cómo pensaba compatibilizar la vida privada con la vida profesional, fue a mi”, comenta sobre su experiencia.

Por su parte, Rietti considera fundamental “tomar conciencia de que se está bregando por un cambio positivo para mujeres y para varones”. “Estoy convencida de que las primeras víctimas del esquema androcéntrico heredado, son los varones”, opina.

¡A lavar los platos!

Esta célebre y triste frase, producto de un exabrupto del entonces Ministro de Economía Domingo Cavallo  sintetiza no sólo el desprecio al papel de la mujer dentro de la sociedad sino también a lo que  representaba la actividad científica para el gobierno de Carlos Menem.

Susana Torrado, investigadora superior del CONICET,  “victima” de este curioso exabrupto, recuerda la experiencia: “Me afectó más como científica porque, curiosamente, después de un tiempo se olvidaron de Susana Torrado y era a los científicos del CONICET a los que mandaban a lavar los platos”.

“Obviamente aproveché el dejo antifeminista que había en la frase para criticarlo a Cavallo. Pero lo que más me interesó fue la actitud hacia la comunidad científica que tenía el Ministro de Economía”, explica Torrado.

La frase de Cavallo fue un episodio que, aparte del costado antifeminista, puso de manifiesto las formas en que se manejaba el área de Ciencia y Técnica del gobierno menemista. Todas las entrevistadas para este informe coinciden en que el panorama ha cambiado favorablemente, no sólo  respecto al papel de la mujer en la ciencia.

“Yo soy muy optimista con las cosas que se están haciendo. La creación del Ministerio muestra el interés que hay en la cuestión científica. El aumento de los sueldos y el flujo de dinero para las investigaciones es permanente”, cuenta Silvina Ponce Dawson.

Susana Torrado agrega: “La concepción respecto al rol que juega la ciencia y la tecnología en el conjunto de la organización nacional, en el desarrollo nacional, en la proyección de ese desarrollo representa un giro de 180º”.

“Estamos contentas de que haya una mujer, como Marta Rovira, que sea presidenta del CONICET, y que también en el directorio haya mujeres con tradición en el movimiento de mujeres como Dora Barrancos. Creo que desde ese lugar se notan las diferencias”, concluye Silvia Kochen.