Colonialismo científico: la batalla detrás de las revistas

Ya no son simples instrumentos para difundir el conocimiento. También representan una especie de círculo vicioso. A mayor cantidad de citas, mayor prestigio para la revista y mayor puntaje para la carrera de investigador. El fenómeno perjudica a la producción regional, que plantea estrategias de publicación bilingüe y acceso abierto. ¿Funcionarán?

Agencia CTyS (Nadia Luna*) - No se trata de las violentas guerras entre conquistadores europeos y aborígenes americanos. Ni de la soberanía económica ejercida por las poderosas potencias mundiales sobre los países de la “periferia”. Pero el fenómeno del colonialismo científico es una arista más de la eterna disputa entre las naciones hegemónicas y las subdesarrolladas. Aquí, el trofeo es el progreso, y el campo de batalla cobra la original forma de las revistas científicas.

Las revistas siempre han sido un instrumento imprescindible para la difusión social del conocimiento científico. Pero a mediados del siglo XX, el prestigio de las publicaciones comenzó a influir cada vez más en la evaluación de la carrera de un científico y así lo demuestra la archirepetida frase “Publish or perish” (publicar o perecer).

Mientras más citados sean los trabajos publicados en una revista, mayor será su prestigio. Si bien es lógico que un investigador quiera divulgar sus papers en publicaciones reconocidas, el problema surge cuando el medio se transforma en un fin en sí mismo.

“Los científicos lo viven como una pesadilla y están obsesionados por cumplir con las normas”, cuenta a la Agencia CTyS Rubén Calmels, subsecretario de Publicaciones de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

En esta “guerra de saberes”, los países iberoamericanos corren con desventaja, ya que cuentan con menos recursos para destinar a la ciencia que los del “primer mundo”. Como consecuencia, las revistas más prestigiosas surgen de la comunidad científica anglosajona y el inglés se instituye como “lengua madre” de la ciencia.

Pero ahí no terminan las dicotomías culturales. La ciencia también desarrolla una batalla interna entre ciencias duras y blandas. “En las disciplinas duras el Factor de Impacto pesa más”, asegura Jorge Atrio, director del Centro Argentino de Información Científica y Tecnológica (CAICYT - CONICET), introduciendo un concepto clave en esta “cruzada” cultural.

Pero, ¿cómo se modifican situaciones tan arraigadas que arremeten contra el conocimiento científico universal? Ese es el desafío que Iberoamérica se ve obligada a enfrentar, a través de editoriales, organismos de promoción científica y diferentes políticas públicas, que apuntan especialmente a estrategias de publicación bilingüe y textos con acceso abierto.

Impacto profundo

El Factor de Impacto (FI) fue definido en la década del 60 por Eugene Garfield, creador del Instituto para la Información Científica (ISI), perteneciente a la empresa multinacional Thomson Reuters. Cada año, el ISI calcula el FI de las revistas indizadas en su Science Citation Index (SCI) y lo publica en un informe de citas llamado Journal Citation Reports.

El SCI registra artículos de aproximadamente 3.300 revistas científicas de un total de 70 mil publicaciones de todo el mundo. Para visualizar la disparidad, en 2009 sólo había 34 revistas brasileras, 8 chilenas y 6 argentinas.

La ecuación es bastante sencilla. El FI se obtiene al dividir la cantidad de citas que reciben los artículos de una revista en los dos años previos al que se calcula, por la cantidad total de artículos publicados en dicha revista durante el mismo período.

“Se evalúa indirectamente la capacidad del investigador por el lugar donde ha publicado”, explica a CTyS Daniel Cardinali, doctor en Ciencias Biológicas e investigador superior del CONICET, ya que no se cuentan las citas de “cada uno de los autores, sino de la sumatoria de todos ellos”. Con este criterio, la calidad del artículo pasa a ser secundaria.

Tanto Cardinali como Atrio coinciden en que los datos de citación deben ayudar en la toma de decisiones y no ser aplicados mecánicamente. “Cuando uno se maneja de manera rígida por estos índices, puede cometer injusticias grandes, pero por otro lado no puede prescindir de eso. Tienen que ser un elemento más en la evaluación”, remarcan.

El biólogo ilustró el panorama contando lo que sucede dentro de su disciplina. “Las revistas biomédicas más prestigiosas tienen un FI de entre 20 y 35 –graficó. -Se considera adecuada una publicación biomédica con FI superior a 3 para la investigación básica y a 1.5 para la investigación clínica. En el caso de las latinoamericanas, el FI no supera el 0.5”.

Para el investigador, sería más recomendable tener en cuenta las citas reales recibidas por cada autor. “Ese es el indicador más genuino porque tiene que ver específicamente con su trabajo”, precisa. Sin embargo, reconoce que es un método inadecuado para evaluar a un científico que recién inicia su carrera, debido a que el número de citaciones todavía es bajo.

¿Colonialismo o excelencia?

“No defiendo el colonialismo, pero creo que no todo es colonialismo”, opina, por su parte, la historiadora Noemí Girbal Blacha, Investigadora Superior del CONICET y Asesora de Ciencia y Técnica en la Cámara de Diputados de la Nación. “La sociedad nos paga para producir un conocimiento que tenga el mayor alcance posible y esas realidades deben ser conocidas más allá de nuestros ámbitos locales”, explica.

La doctora Girbal habla desde su propia experiencia: dirige la colección “Convergencia. Entre memoria y sociedad” de la Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). “Claro que en las evaluaciones cuenta mucho el lugar donde uno publica -ratifica- pero no está mal. Nosotros mismos queremos que nuestro trabajo se reconozca afuera.”

La investigadora expone así su idea: “A veces creo que muchos colegas tienen miedo de hablar de excelencia académica, como si fuera algo oligárquico, y en realidad la excelencia es una buena formación al alcance de todos pero con ciertas exigencias. Si esas exigencias no existen y todo da lo mismo, me parece que eso no está bien.”

Además, Girbal coincide con Atrio y Cardinali en que importa más calidad que cantidad, porque para que una investigación sea útil no sólo hay que publicarla, sino también utilizarla. Pero justamente por eso, piensa que “es importante medir hacia fuera. Y eso no es colonialismo, sino poder estar a nivel de los demás”, enfatiza.

Aunque no siempre es posible “medir hacia fuera”. “Hay disciplinas en las que tenés que evaluar las investigaciones en un ámbito más local -explica Atrio. -Si alguien se dedica a investigar algo muy puntual, que sólo se da en la región, es difícil que despierte el interés de publicaciones extranjeras. Y ahí es donde empiezan los conflictos. Si a esa persona la evaluás por sus publicaciones en el exterior, no va a salir bien evaluada”.

Es entonces cuando “la exigencia de publicar en determinados medios termina generando el riesgo de que la publicación condicione el tema de investigación”, deduce el director del CAICYT. Es decir, el deseo de publicar internacionalmente puede llevar, a veces, hasta a orientar la investigación hacia problemáticas ajenas a la región.

El dilema de las ciencias sociales

Las publicaciones de las áreas de Ciencias Sociales y Arquitectura, excepto revistas de desarrollo económico, directamente no se tienen en cuenta en el SCI. ¿Por qué? El doctor Cardinali explica que “en las ciencias sociales, por el tipo de producción, la cuestión es mucho menos internacional y preocupa más regional o nacionalmente”.

Girbal, por su parte, pone el ejemplo de los “Cuadernos de GeoHistoria Regional” y la “Folia Histórica del Nordeste”, publicaciones del Instituto de Investigaciones Geohistóricas (IIGHI - CONICET), que tienen una trayectoria de casi cuatro décadas.

“La mayoría de los autores son investigadores del CONICET o de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), pero en las evaluaciones académicas la ponderación es baja porque se le atribuye poca apertura internacional”, lamenta la historiadora.

De todos modos, Cecilia Rozenblum, bibliotecóloga del área de Publicaciones de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FAHCE) de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), marca un cambio. “En humanidades se tiende a publicar más en revistas nacionales. Pero como el CONICET no da puntaje a las revistas argentinas, todos, desde las dos áreas de conocimiento, están publicando en revistas extranjeras”, relata.

Para la editora de la UNQ, “los esfuerzos para lograr proyección internacional hoy están hechos y avanzan progresivamente, en casi todas las revistas de este ámbito. Corresponde ahora que en las instancias de evaluación se dejen de lado los prejuicios y que estas publicaciones no sigan siendo invisibles y subvaluadas”, sugiere.

Una torre de Babel científica: problemas de cooperación e idioma

Al incentivar la publicación científica local, se busca propiciar una cultura de integración iberoamericana. Sin embargo, muchos investigadores señalan deficiencias de coordinación regional. “Me parece que las políticas científicas se han trazado igual que el ferrocarril inglés”, reflexiona Calmels. “Es un punto que va a distintos lugares del interior pero que, por adentro, no hay ninguna comunicación. Eso hay que construirlo”, afirma.

“Hay una falta de coordinación –coincide Rozenblum- porque sino no se daría el hecho de que el CONICET valúe cero las revistas nacionales y Brasil valúe con mayor puntaje a sus revistas. No se han puesto de acuerdo, quizás no se han planteado la problemática”, asume.

El editor de la UBA vislumbra una potencial solución a través de una situación concreta. “El MERCOSUR no se puede quedar sólo en un mercado común, debería dar una vuelta más sobre aspectos culturales y científicos -especula. -Tenemos que acordar políticas científicas con Brasil, por ejemplo, y aumentar la cantidad de proyectos en común”.

Segunda cuestión: el idioma. “Me parece que el idioma tiene más sentido para las ciencias duras o exactas”, indica Girbal. Cardinali, entonces, opina que la publicación bilingüe “puede ayudar a que los investigadores se vuelquen hacia los órganos locales”, ya que cumpliría con la misión de difundir tanto en sus respectivos países como fuera de ellos.

Pero aún dentro del mismo idioma, el lenguaje de los papers es cada vez más técnico y dificulta el entendimiento, incluso entre científicos de la misma disciplina pero distinta rama. Si a eso se le suman las diferencias de habla entre países, el asunto sólo empeora. “Creo que una cuestión importante para los investigadores más jóvenes es la necesidad de que hablen un lenguaje que pueda ser entendido por la sociedad”, apunta el biólogo.

Acceso Abierto: por la democratización del saber

“Las estrategias deben centrarse en la mayor difusión y visibilidad de las publicaciones, facilitadas por el acceso universal a Internet”. Así introduce el doctor Cardinali un fenómeno que viene en expansión: el “Acceso Abierto” (Open Access). Se trata del acceso libre y gratuito a material en formato digital, especialmente utilizado para artículos de investigación científica. Se dividen en dos grandes grupos.

Los repositorios son archivos de papers, que usualmente almacenan la producción de una determinada institución. Las revistas, en tanto, cuentan con un proceso de evaluación por pares (referato o peer review) que los artículos presentados deben superar para ingresar a la publicación, por lo que otorgan prestigio al investigador. Pero hay diferentes posturas.

No soy partidario de una apertura total”, sostiene Calmels, al referir que las universidades de los países centrales tienen políticas científicas que responden a sus políticas imperiales. “Yo no le abriría completamente a Oxford, por ejemplo, porque ellos no abren sus archivos y revistas”, argumenta. En cambio, Rozenblum asegura: “Estamos absolutamente a favor del acceso abierto. Nuestro fin es que se conozcan los trabajos de los investigadores”.

El CAICYT es el organismo nacional encargado de administrar diferentes proyectos que promueven la publicación regional. La “vida” de una revista comienza con el ISSN (International Standard Serial Number), el código de identificación de toda publicación periódica (científica o comercial).

El siguiente paso es Latindex, una iniciativa generada a fines de los ´90 por la Universidad Autónoma de México (UNAM), que es un portal compuesto por un Directorio (entran prácticamente todas las publicaciones de carácter científico) y un Catálogo (que indiza sólo las revistas que superan un proceso de evaluación editorial).

Luego, está el Núcleo Básico de Revistas Científicas Argentinas (NB), específico para publicaciones del país, con requisitos más restrictivos que Latindex. Por último, las revistas del NB tienen la posibilidad de ingresar a SciELO (Scientific Electronic Library Online), una red iberoamericana de bibliotecas electrónicas con revistas científicas a texto completo.

“Hoy estamos en unas 70 publicaciones argentinas en SciELO”, afirma Atrio, y explica que los que quieran entrar tendrán que adherir a las Creative Commons, una serie de licencias gratuitas que consignan libertades y restricciones para quienes citen y utilicen una obra. Son originarias de Estados Unidos, pero ya hay unos 30 países en proceso de traducción de las licencias. “Va a ser una fuerte promoción al acceso abierto en la región”, destaca.

Otra iniciativa regional importante es Redalyc, la Red de Revistas Científicas de América Latina y El Caribe, España y Portugal, que surgió en 2003 impulsada por la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM). Hoy cuenta con más de 700 publicaciones.

También está Dialnet, un repositorio científico iberoamericano creado por la Universidad de La Rioja, España, que incluye más de siete mil revistas y más de tres millones de documentos, y en cuyo ranking de artículos publicados Argentina figura en sexto lugar.

El acceso abierto es extremadamente importante. Pero alguien tiene que pagarlo”, reconoce Cardinali, y da el ejemplo de “´BioMed Central´, que cuenta con una gran cantidad de revistas médicas inglesas pero le cobra al autor 500, 600 o mil euros por cada publicación, lo cual muchas veces representa la totalidad del subsidio que tiene una persona acá.”

Al mismo tiempo, las revistas y repositorios son emprendimientos que hay que mantener, obligación que se dificulta debido a la escasez de recursos. “Hay centros de investigación muy chiquitos que cuentan con un equipo de trabajo menor, donde no hay plata destinada al editor de la revista. Entonces el comité editorial no cobra, y tiene que hacer su tarea como docente y como investigador, además de la revista”, describe Calmels.

Los organismos de ciencia deberían asociarse regional e internacionalmente, para que los investigadores que trabajan en esos países tengan la posibilidad de entrar al acceso abierto de manera libre”, concluye Cardinali.

No se tratará de violentas guerras entre conquistadores europeos y aborígenes americanos. Pero el fenómeno del colonialismo científico está causando más de un dolor de cabeza por estos pagos. Sin embargo, la batalla cultural continuará.

*Colaboración: Gaspar Grieco.