Cartografía satelital: un avance para el control ambiental

Investigadores del CONICET desarrollaron un sistema de mapeo digital que aporta información relevante sobre los incendios de pastizales del bioma Monte en las provincias de Río Negro, Neuquén y Chubut. La teledetección de datos facilita el relevamiento de grandes áreas con alta resolución espacial.

Carolina Vespasiano (Agencia CTyS – UNLaM) El 21 de enero de 1994, dos dotaciones de bomberos de la ciudad de Puerto Madryn se movilizaron a unos pocos kilómetros del sur del balneario para sofocar un intenso incendio de origen desconocido. Cuando llegaron, un cambio abrupto en la dirección del viento los acorraló y, pese a su intento de escape, los 25 bomberos voluntarios, de entre 11 y 23 años de edad, murieron asfixiados.

A medida que pasaron los meses, las pesquisas revelaron que los combatientes llevaban equipos precarios y no estaban supervisados por la autoridad del cuartel. Las pruebas que los familiares recavaron no lograron que -a más de dos décadas del siniestro- se haga justicia y se creen las condiciones para que el combate de incendios no arroje más víctimas fatales.

Esa tragedia sentó las bases para poner en cuestión el rol del Estado en materia de prevención de incendios de gran magnitud y monitoreo del comportamiento de los distintos ecosistemas patagónicos que, en el caso de las pastizales naturales, tardan generalmente más de tres décadas en recomponerse tras el paso del fuego, mientras que en los bosques forestales nativos la cifra asciende a 400 años, aproximadamente.

Desde entonces, los investigadores Héctor del Valle y Leonardo Hardtke, integrantes del Instituto Patagónico para el Estudio de los Ecosistemas Continentales (IPEEC) del Centro Nacional Patagónico (CENPAT-CONICET), desarrollaron un mapa satelital, dinámico y actualizado que permite registrar las zonas de riesgo, amenaza y vulnerabilidad de incendio en pastizales.

Consultado por Agencia CTyS, el investigador principal del CONICET, Héctor del Valle, contó que encontró en la cartografía digital la mejor respuesta para observar el territorio en su conjunto y atender los cambios de variables que pueden representar una amenaza.

Se trata de un mapeo satelital de la cuña austral patagónica del bioma Monte que evalúa las condiciones ambientales de combustión de la vegetación. Con esos datos actualizados permanentemente, los investigadores analizan y prevén el riesgo de incendio que tiene cada área.

“En la imagen satelital –señala del Valle-, uno ve el daño, la cicatriz que produce el incendio, pero después hay todo un trabajo de campaña de detección de campo conocido como ‘verdad terrestre’ que nos permite evaluar el impacto y analizar la periferia del área quemada tomando variables biofísicas -suelo, vegetación- más precisas”.

Para resaltar perfeccionar la identificación de riesgos y amenazas, el equipo de investigación estudió más de 700 áreas quemadas ocasionadas en los últimos 40 años. El estado de las variables implicadas en cada caso –temperatura, viento, humedad, tipo de vegetación, uso de la tierra- permitió formar una extensa base de datos que vuelca la información en distintas estadísticas y modelos cartográficos de probabilidad de ocurrencia de quemas.

Aún sin respuesta
A 22 años de la tragedia de Puerto Madryn, el panorama no encontró grandes cambios. Según el especialista, la acción de los organismos civiles se limita al socorro de los eventuales incendios pero no se destinan recursos suficientes para el monitoreo y control de la zona. También apunta que, al día de hoy, los cuarteles de bomberos siguen integrados por voluntarios y no por personal profesional dedicado al cuidado de la zona.

En esa línea, el investigador es contundente: “Lamentablemente, se trabaja más en la parte operativa -cuando el fuego se produce- que en la fase preventiva. Tendríamos que perder esa capacidad de minimizar los costos de los daños que producen los incendios, principalmente, por el mantenimiento de la biodiversidad”.

El principal obstáculo que encuentra el equipo es la articulación estatal para seguir impulsando el estudio. En esa línea, del Valle señala: “Nuestra investigación se pone a disposición para aquellos organismos que dan servicios como defensa civil, pero faltan recursos para investigación básica y aplicada que brinde información sobre el estado del ambiente y que pueda utilizarse como material de trabajo tanto estatal como privado”.

Un ciclo bajo la lupa
Las regiones que integran esta cuña austral del monte comprenden tanto valles de riego y explotación fruti hortícolas como porciones de estepa mesopotámica de las provincias de Chubut, Río Negro y Neuquén. En esas áreas predominan las quemas agrícolas con el fin de mejorar las pasturas y erradicar las malezas.

Esos fuegos “controlados” pueden no serlo tanto si la biomasa que lo circunda –las pasturas- es abundante. Muchas veces, un incendio intencional que comenzó en el valle puede ascender y propagarse por la estepa.

Por lo general, los pastizales cercanos a centros poblados, crecen desmesuradamente por dos motivos: la falta de cuidados en los cercados perimetrales de caminos y la paulatina disminución de actividades de pastoreo. Si los pastos crecen demasiado, se vuelven un combustible fino que propaga rápidamente las llamas.

No obstante, si el fuego se controla, también puede ser positivo. No solo elimina las malezas nocivas para el ecosistema, sino que, cuando el suelo conserva humedad, las cenizas penetran generando un colchón de minerales que nutren la tierra.

Sin embargo, para que estos efectos benéficos se aprovechen mejor, se deben evaluar las condiciones meteorológicas que acompañan la quema. Porque, si el fuego se produce y el viento es intenso, los beneficios de la ceniza se pierden al quedar desperdigados por distintas áreas en pequeñas porciones.

Son múltiples los motivos para hacer hincapié en el cuidado –tanto civil como estatal- de este ecosistema patagónico que, según del Valle, desarrolla los incendios más difíciles de combatir. Por eso, los investigadores buscan replicar este sistema a otros tipos de escenarios que tengan tiempos de recuperación más extensos para preservar la biodiversidad y, sobretodo, salvar vidas.